Reflexiones de Cuaresma 2022
Había un hombre que constantemente estaba agobiado por las “diez mil cosas” que Lao Tse dijo- y todos los meditadores saben-y se precipitan a la mente. Algunas de estas cosas eran de poca importancia no obstante eran muy irritantes. Algunas de estas cosas eran de muy poca importancia, pero podían ser muy irritantes. Sentía una oleada de ira desproporcionada cuando, por ejemplo, su teléfono móvil se quedaba sin carga en medio de una conversación o incluso cuando se le caía el jabón al suelo durante su ducha matutina y tenía que mojarse la cabeza antes de lo que normalmente hacía en su rutina de lavado. Cuando el mesero se olvidaba de su orden y tenía que volver a preguntarle después de un minuto sentía surgir con fuerza el enojo y la tristeza. No estaba seguro de dónde venía la tristeza, pero realmente no le gustaba ver la cantidad de ira que tenía.
Estaba lo suficientemente desapegado para poder diagnosticar la condición moderna del estrés. Sabía que era razonablemente una buena persona. Ayudaba con gentileza a las personas que estaban perdidas en la estación del tren, pero unos minutos más tarde podría pensar en empujar a otra persona si ésta se pusiera groseramente delante de él. No sabía qué hacer.
Decidió poner atención a los pequeños detalles de la vida para asegurarse que todos estuvieran perfectos. De esta forma podría reducir las ocasiones de estrés. Había calculado cuánto tiempo a la semana dedicaba a corregir la ortografía de los correos electrónicos o los mensajes de texto que escribía. Eso le hacía sentir que su vida se perdía en un sinfín de irritantes trivialidades. Le recordaba a una tubería que goteaba en su baño y que siempre se olvidaba de arreglar. Llamó al plomero, que le dijo que estaba muy ocupado pero que lo volvería a llamar, y eso sólo aumentó la sensación del hombre de que todo se estaba derrumbando.
Miró las fotografías de la destrucción de las ciudades y hogares en Ucrania y sintió que algo así estaba ocurriendo dentro de su mente. Y entonces se culpó a sí mismo por comparar algo tan monumentalmente trágico con sus preocupaciones insignificantes. Esta culpa y el sentimiento de sentirse banal se sumaron a la sensación de ver su vida como una bola en expansión e imparable de estrés.
Decidió ser más consciente acerca de todas las ocasiones en las que sentía estrés y su curiosa profunda tristeza. Añadió muchas otras pequeñas cosas a sus cuidadosos mensajes. Su repertorio de perfección creció cada día. “Si puedo lograr controlar esos detalles”, pensó, “ Me sentiré mejor sobre las cosas importantes”.
Durante un tiempo esto pareció funcionar y sintió un mayor nivel de calma y dominio. Pero una mañana, cuando tenía que salir temprano para una reunión muy importante, se quedó dormido y no llegó a tiempo porque se olvidó de poner el despertador. Sintió que las fuerzas del caos a las que había intentado resistirse atravesaban sus defensas y sintió que ya no era dueño de si mismo. Sabía que era desproporcionado, pero lo que sentía era lo que sentía.
Entonces, en el peor momento de sus sentimientos de impotencia y fracaso, le llegó el entendimiento. En un momento de claridad, como visualizar el cielo azul a través de las nubes de tormenta, él vio lo que debía hacer. Y, me da gusto decirlo, lo hizo.