Reflexiones de Cuaresma 2022
Él ha ofrecido un único sacrificio por los pecados (Heb 10)
Al leer el relato de la Pasión en el evangelio de hoy, haremos un recorrido panorámico de la historia que volveremos a contar intensamente durante los tres días anteriores al Domingo de Resurrección. Durante la semana que viene nos zambulliremos en los detalles y cada año, siempre que estemos atentos, encontraremos nuevas percepciones que nos sorprenderán y deleitarán.
Para muchos de nosotros el lenguaje religioso relacionado con el sacrificio es un problema. Es difícil cuando se nos dice que tenemos que hacer sacrificios para ser seres espirituales. Particularmente, es difícil entender que Dios pida sacrificios. Parece muy duro, cruel y dualista. Para los contemplativos en desarrollo -como somos los meditadores- se forma un sentido muy diferente de Dios a través del trabajo de dejar de lado los pensamientos y las imágenes. No hablamos con Dios cuando decimos el mantra. No pedimos nada ni esperamos una recompensa. Nuestra comprensión de Dios se simplifica y purifica hasta el punto (como sabían los místicos) de que Dios parece estar a punto de desaparecer.
Sorpresivamente, con el tiempo se desarrolla un tipo de experiencia de Dios bastante nueva que se entrelaza con nosotros mismos pero de una manera no espacial: no hay distancia entre nosotros y Dios.
Debemos recordar que el lenguaje del sacrificio era común a la mente religiosa de la época porque, en su forma antigua y literal de sacrificar animales a los dioses, era una parte tan común de la vida diaria y una forma de lidiar con la ansiedad. Conociendo los detalles del sacrificio en el Templo de Jerusalén, probablemente sintamos repulsión. Comparar el sufrimiento y la muerte de Jesús con el degüello de ovejas, pollos, cabras y corderos -más de 250.000 veces al día- parece un inmenso error.
De hecho, cuando los escritores cristianos hablaron del “sacrificio” que Jesús ofreció de sí mismo (“como sacerdote y víctima”) lo consideraron un momento decisivo, un punto de inflexión en la conciencia religiosa de la humanidad. Después de él, los sacrificios violentos que nos llenaban de miedo quedaron obsoletos. “Porque misericordia quiero y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos” dice el Señor (Os. 6:6)
La mentalidad del sacrificio es el resultado de la carga del karma y del miedo al castigo inducido por la culpa. En la misma época que el profeta Oseas, las enseñanzas del budista Shantideva sobre el modo de vida del Bodhisattva, hacia el año 800 de la era cristiana, se hacen eco de los profetas y de Jesús:
Si el sufrimiento de muchos desaparece por el sufrimiento de uno, entonces una persona compasiva debe inducir ese sufrimiento por su propio bien y por el de los demás (trans. Wallace: 106)
La misericordia quema el karma dejando una radiación de amor de fondo.