Cuando el padre de Orígenes fue martirizado, su madre impidió que sufriera el mismo destino escondiendo sus ropas. Una de sus
grandes obras es La Exhortación al martirio, donde explica que considera a este testimonio de fe como un signo de total discipulado. Casi lo logra al final de su vida (235 D.C.) cuando fue arrestado y torturado. Sin embargo la Iglesia es inmensamente más rica por haber recibido su regalo de total entrega a través de la tinta y no de la sangre.
Nació en Alejandría en el año 183 DC; sucedió a Clemente su maestro como catequista de la comunidad cristiana y, de acuerdo a lo que nos dice Bernard McGinn (en sus magistrales cuatros volúmenes A Presence of God: A History of Christian Mysticism (Presencia de Dios. Historia del Misticismo Cristiano), Orígenes se convirtió en «tal vez el más grande intérprete jamás conocido de las Sagradas Escrituras Cristianas».
Ocupa un lugar central en la tradición mística y dejó establecido que la conciencia mística no tiene necesidad de ser brumosa o cismática. Una mente amplia, disciplinada y activa puede coexistir con la oración más profunda –así como la luna puede
coexistir con el sol, dice Orígenes. La razón y la fe son hermanas tal como Marta y María. Como Gregorio de Nisa y la mayoría de los maestros de esta tradición de los que estamos hablando, no equiparó a la experiencia contemplativa con estados alterados, monólogos interiores o apariciones. Más bien enfatiza la transformación en el amor y los frutos del espíritu en la vida
diaria. Su integración de lo que podríamos llamar cabeza y corazón –y los griegos llaman nous´ (mente)– desafía nuestra comprensión de la
experiencia´. En su Comentario de San Juan explica que «la nous que se encuentra completamente purificada y elevada por sobre la materia para asistir a la contemplación de Dios con la máxima atención, es deificada por el objeto de su contemplación». Su producción fue enorme –agotó a un equipo estable de siete escribas e igual número de copistas y también a niñas diestras en escritura– y escribió comentarios verso a verso de cada libro de la Biblia. Se conservan casi trescientos de sus
cientos de sermones.
Como buen alejandrino atesoró la filosofía, pero como cristiano rechazó la idea griega de que la contemplación dual del cosmos y del microcosmos del ser humano eran suficientes para alcanzar la verdad. También es necesaria la Revelación y esta viene a través de la encarnación del Logos y de los significados místicos de las Escrituras que la hacen posible. Su metodología fue rigurosa, aunque no necesariamente sistemática como la de los escolásticos. Primero él establecía el texto correcto y analizaba el significado de cada palabra. Luego cuestionaba cada detalle – por qué Pedro fue el último al que le lavaron los pies, qué simbolizaba la suciedad, María y José buscando a Jesús simbolizan en Lucas al exégeta buscando el significado, los cuarenta y dos campos de los israelitas en el desierto corresponden al mismo número de las generaciones de los ancestros de Jesús. Este método produce un efecto intoxicante y a veces lo transportaba a un estado de unión cuando «la Palabra lo visitaba». Aunque Orígenes rara vez habla de su experiencia personal, Hans Urs von Balthasar dice acerca de él, que no existe en la Iglesia un pensador que esté siempre presente tan invisiblemente en su trabajo. Benedicto XVI dijo que para Orígenes «hacer teología era esencialmente explicar, entender las Sagradas Escrituras… su teología es la simbiosis perfecta de teología y exégesis”.
Orígenes rechazó el esoterismo de los gnósticos y estableció tres niveles de interpretación de las Escrituras, uniéndolas a las tres etapas ordinarias de `ascenso´ espiritual. No es sorprendente que este esquema se encuentre simbolizado bíblicamente en los tres libros de Salomón. Los Proverbios llevan hacia el sentido moral y muestran el camino de la purgación. El Eclesiastés brinda sabiduría espiritual acerca del mundo y explica el camino de la iluminación. En el Cantar de los Cantares el más grande amor y deseo de Dios enseña el camino de la unidad.
En su Crónica sobre El Cantar, Orígenes introduce en el misticismo cristiano su teoría de los sentidos espirituales. Al igual que los primeros rabinos, pensó que este poema erótico no debía ser leído por los jóvenes (existen tentaciones incluso al leer las Sagradas Escrituras). Pero él apropió e incorporó el eros a la teología a través de la lectura de su poema de los símbolos
sensuales.
«Dejadlo que me bese con los besos de su boca» muestra la mente recibiendo las enseñanzas de la palabra. «Vuestros senos son mejores que el vino» le sugiere al discípulo amado descansando sobre el pecho de Jesús –mejor que el vino del Antiguo Testamento. Los senos significan «el terreno del corazón en donde la Iglesia sostiene fuertemente a Cristo». Como Platón, Orígenes veía al amor erótico como un modo de ascensión a la más elevada realidad, pero esto se convierte en una transformación del deseo que ocurre en la hermandad de la iglesia. No siempre lo erótico es sexual ya que podemos desear apasionadamente objetos que no son sexuales. Pero va más allá que Platón cuando afirma que Dios mismo debe ser Eros si nuestra parte erótica nos lleva hacia Dios. «No creo que pueda ser hallado culpable de llamar a Dios Eros así como Juan llama a Dios Agape». Analiza las implicaciones de este simbolismo y llega a conclusiones similares a las que llegaron Meister Eckhart o Juliana de Norwich más de un siglo después. Y dice: «Cada alma es la madre de Jesús» porque esta apasionada unión del Eros, «atravesada por el amor», conduce a una experiencia de nacimiento. A diferencia de Clemente, Orígenes no estaba casado y sus elogios místicos de la virginidad desconciertan a muchos que hoy en día consideran al amor sexual como espiritualmente significativo porque es físico y no se lamentan porque deba serlo. Aún las tradiciones místicas evolucionan.
No existe mejor autoridad para consultar que Orígenes – ya que él formuló el trabajo espiritual mismo– cuando en la actualidad tratamos de «poner el amor en orden». Sería menospreciar su inteligencia y el uso de lo erótico por parte de la tradición mística entender todo esto como una simple sublimación freudiana. Para Erasmo, una página de Orígenes vale diez de las de Agustín. Con su insistencia en que el amor de Dios debe finalmente salvar a todos los seres humanos, incluso al demonio, está hablando acerca de otra de las profundas preocupaciones de nuestro tiempo, el tema de la inclusión.
Para Orígenes, leer las Escrituras es una experiencia mística, pero no representa toda oración. El dice en una definición atemporal, no rezamos para obtener beneficios de Dios sino para parecernos a Dios. La oración es buena en sí misma. Calma la mente, reduce el pecado y promueve las buenas acciones. En Acerca de la Oración y en su comentario del Padre Nuestro, afirma que a través de Jesús, `ese ministro de gracia insuperable´, y del Espíritu Santo, el ser humano puede poseer la sabiduría. Somos los amigos del maestro que comparte con nosotros toda la sabiduría. Poseemos la mente de Cristo. Pero debemos entender que la oración es más que pedir cosas triviales.
Debemos ir en busca de la luz misma, en vez de buscar las sombras mundanas de las cosas. El dice que la oración no es la vana repetición que nubla la mente en temporal aquiescencia. Debería preparársela desprendiéndose del enojo y de la agitación a través del perdón. Entonces, «la persona que prepara su mente para la oración inevitablemente de alguna manera resulta beneficiada». La oración combina la acción de las tres personas de la Trinidad en nosotros. Nuestra vida entera es una oración. Termina el tratado con algunas sugerencias prácticas con respecto a la postura, ubicación y tiempos, demostrando que para él la oración no es solamente una idea teológica. El cristiano no debería rezar menos de tres veces al día, idealmente, mirando hacia el este, parado, con los brazos extendidos (sentado, arrodillado o acostado, de ser necesario). Todo lugar es bueno para orar y en la Iglesia tenemos fuerzas angélicas concentradas. Pero todos deberíamos tener en lo posible un lugar sagrado en nuestra propia casa, destinado para rezar en silencio y sin distracciones.
La influencia de Orígenes es profunda. Su autoridad también tiene esa humildad y apertura que ocasionalmente se encuentra en los grandes maestros de cualquier oficio. Sus interminables asociaciones de palabras y significados no son simples, sin embargo parece que nunca pierde el contacto con una simplicidad básica arraigada en su pasión no solo por el texto sino por la persona del Logos. Todos sus trabajos, dijo, fueron para ejemplificar la más seminal de todas las simples ideas acerca de Dios, que el principio y el fin son uno y que «Dios es un todo».
Laurence Freeman OSB