Los seres humanos contamos historias para darles el sentido que necesitamos descubrir para vivir bien. Las narraciones de las Escrituras, como la del nacimiento de Jesús, nos dan mayores réditos cada vez que las recordamos, pues están tan íntimamente entrelazadas con las historias de nuestras propias vidas. Nuestra profunda experiencia espiritual, la elevación y clarificación de la conciencia que es el resultado de nuestra meditación, se alimenta de la Palabra que está viva y activa. También nos lleva de vuelta a la Escritura con una nueva hambre y capacidad de discernimiento.
La Navidad es una fiesta de sentido. Gran parte de ella se refleja en nuestras formas culturales de celebración en esta época del año. [Pero todas estas formas dependen de la experiencia personal de lo que es esencialmente la Navidad: la pobreza y sencillez radicales, la embriagadora proximidad a Dios que revela nuestra total dependencia.
Abracémonos en nuestros corazones en este tiempo de alegría. Que seamos restaurados en el amor a la tierra necesario si queremos reparar el daño que le hemos infligido. Que nuestra vida en comunidad aumente la energía de paz por la que lucha nuestro mundo dividido, así como la justicia de la que depende la paz, la misma sabiduría que encarna Jesús recién nacido.