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Día de Navidad

Los evangelios de las últimas tres semanas han tenido un reparto masculino, reflejo del mundo dominado por hombres de la cultura de Oriente Medio en la que nacería el esperado Jesús. El evangelio de esta semana cambia completamente al mundo de las mujeres y de dos mujeres embarazadas que han aprendido el Adviento: a esperar, a rezar y a que les cambien de opinión.

San Lucas fue inusual para su época,tal vez incluso único en estar en sintonía con las mujeres, los pobres y marginados y los niños - todos aquellos que en el mundo de su tiempo eran habitualmente pasados por alto o considerados de poca importancia. Su atención a ellos refleja la buena nueva de Jesús de que, vistos a la luz de Dios, no hay grupos marginales, de segunda clase o desechables. Nuestra preocupación contemporánea -en lo que queda de democracia liberal- por las minorías, la igualdad de derechos para las mujeres y la justicia económica también puede reflejar, aunque con menor profundidad de comprensión, esta sabiduría de la igualdad universal. Así, aunque la naturaleza no sea justa en la forma en que reparte sus dones, los seres humanos pueden ser justos en la forma en que protegen y respetan a los menos afortunados.

A pesar de las diferencias culturales, la justicia es un instinto innato que surge de la bondad esencial de la naturaleza humana. Esta bondad es Dios. Revela la capacidad de divinización de lo humano, del mismo modo que el niño que saltó en el vientre de Isabel en presencia del embrión en el de María atestigua la capacidad divina de hacerse carne. En Adviento, puede que no estemos seguros de si venimos a Dios o Dios viene a nosotros y la conclusión debe ser que ambos movimientos son inseparables.

Siglos de obras de la Visitación muestran a la niña María y a la anciana Isabel abrazándose. Cuando Juan, el niño de Isabel, saltó en el vientre de María, ella, su pariente, escuchó otra declaración del significado de su propio bebé. De nuevo calla, apenas comprende nada del misterio en el que se ha visto envuelta.

En la Anunciación, María sólo dijo sí. En los relatos del nacimiento, el exilio y el regreso a Nazaret, guarda silencio. Reprende al niño Jesús por causarle angustia cuando desaparece en el Templo y le habla en el banquete de bodas. Por lo demás, su luminosa presencia en los Evangelios es silenciosa, consciente, preocupada, comprometida incluso al pie de la Cruz, con aquel a quien ella y el mundo habían esperado. Su silencio ante el misterio es un modelo de contemplación para nuestro tiempo, que a menudo se mueve entre el reduccionismo y la superstición.

Por supuesto, sabemos poco o nada de los orígenes históricos de relatos simbólicos como éstos, y nunca lo sabremos. Pero no por ello somos menos capaces de despertar y conmovernos ante la realidad que exponen. La mente adventista es holística, abierta a símbolos profundos y bellos, evocadores, que transmiten la verdad de forma intuitiva y directa. Sentimos que algo salta en nosotros, pero aún no podemos verlo del todo.

Al fin y al cabo, el Adviento trata de la gestación, de la experiencia de una presencia invisible en el seno de nuestro espíritu. Esto es poderoso en sí mismo, como lo es nuestra meditación silenciosa en la que el proceso de crecimiento se conoce en gran medida sólo a través de sus frutos. El nacimiento es otra etapa de la autorrevelación de la realidad que demuestra lo que sabíamos sin saber. Pero ni siquiera el nacimiento resuelve la cuestión, porque abre aún más el misterio.

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