25 de febrero de 2024
Algunos acontecimientos terminan con un resultado inesperado. Entonces, tenemos que lidiar con la decepción o con una variedad de sentimientos que van desde la ira hasta la desesperación. La situación es muy diferente cuando el resultado de algo que nos preocupaba profundamente, y a lo que quizá nos habíamos apegado ansiosamente, es inconcluso. Por mucho que examinemos las opciones sobre qué hacer, nos sentimos bloqueados. La conclusión a la que llegamos entonces es que no hay nada que hacer. Simplemente debemos esperar y ver.
Cuando pensamos en esta clase de situaciones, empezamos a imaginar todo tipo de resultados pero, al final, hay que admitir que ninguno funcionará … todavía. Una vez más escuchamos la frase de “tendremos que esperar y ver”. La incertidumbre verdadera y radical es indiscutible. Es como el destino. No hay otra opción que aceptarlo mientras sea lo que es. Hay pocas situaciones más humillantes que tener que esperar y ver. Es denigrante y también extrañamente liberador.
Esta situación no es la misma que aquella en la que posponemos tomar una decisión indefinidamente y, en consecuencia, creamos una infeliz pasividad. Esa indecisión genera en los demás frustración por la pérdida de tiempo que conlleva. Pero tratar de tomar una decisión definitiva y luego descubrir que simplemente tenemos que esperar (“todavía no”) nos lleva a una zona diferente del ser.
En una ocasión, cuando estaba facturando en el aeropuerto, la persona que me atendía se mostró insegura y confundida al entregarle mi billete. Al comprobar por qué el sistema no respondía, me dijo: “pero señor, este billete es para el vuelo de mañana”. De repente todo empezó a desmoronárseme de una forma sorprendente. Me sentí muy tonto y a la vez, liberado. ¿Qué tengo que hacer? ¿Irme a casa y volver mañana o…? Finalmente, acepté su oferta de cambiar el vuelo para ese mismo día y pude llegar a mi destino tranquilamente, sin tener nada que hacer. Tuve todo un día libre, nadie me esperaba, no tenía charlas que dar, ni sabía dónde iba a quedarme.
Entonces, incluso cuando te encuentras devorado por la incertidumbre (una fuerza cósmica tan poderosa como cualquier otra), siempre sucede algo. Cuando uno ha aceptado conscientemente la incertidumbre y ha dejado de intentar resolverla, lo que sucede –y algo siempre sucede– tiene una maravillosa libertad e inevitabilidad. Se vislumbra libertad de espíritu.
Jesús subió a la cima del monte santo con sus tres discípulos más cercanos y allí, ante sus ojos, se transfiguró físicamente. Los discípulos no estaban seguros de cómo responder y sintieron miedo ante la luz blanca pura. Pero entonces una nube los cubrió y el Padre habló. Como seres humanos inseguros y que nos asustamos con facilidad, nos abrimos paso cada día entre la luz y la nube.
Laurence Freeman, OSB.