17 de marzo de 2024
La Cuaresma inicia con la historia del Éxodo y concluye con el mito vivido en la persona de Jesús. A partir de hoy las lecturas de la liturgia se centran en los acontecimientos que condujeron a la trágica culminación de su caída, muerte y resurrección. El evangelio de hoy, sin embargo, comienza con un detalle aparentemente mundano: entre los que habían venido a celebrar la fiesta, había algunos griegos. Éstos se acercaron a Felipe, que venía de Betsaida de Galilea, y le pidieron: “Señor, nos gustaría ver a Jesús”. Felipe fue a decírselo a Andrés y los dos juntos fueron a decírselo a Jesús. Con ello: ¿se pretende resaltar la expansión de su influencia más allá del mundo judío? ¿O se quiere acentuar el peligro físico en el que se encontraba Jesús y la necesidad que tenía de seguridad?
En muchos momentos de la vida, la propia incertidumbre sobre cuál podría ser la interpretación correcta de un acontecimiento agudiza nuestro sentido de la realidad. ¿Cuántas veces tenemos una sensación de incertidumbre sobre el significado de algo o un sentimiento incipiente de falta de sentido mientras que al mismo tiempo sentimos que algo importante está sucediendo? Los detalles pasajeros de las últimas horas de vida de un ser querido pueden permanecer con nosotros para el resto de las nuestras. En los momentos importantes prestamos atención a todo, incluyendo los cabos que están sueltos y las preguntas sin respuestas que tiene la vida.
A partir de este punto del ciclo de Cuaresma, nos vemos conducidos por una historia de ineludible intensidad y una secuencia de acontecimientos que ya hemos escuchado antes. Pero, como les ocurre a los niños, en cada repetición los acontecimientos se hacen nuevos.
A Jesús le acaban de decir que unos extranjeros quieren verlo. Su respuesta a este pequeño asunto es la aceptación. En cambio, expresa su ansiedad tanto por la dirección que están tomando los acontecimientos como por el significado que ya está empezando a desarrollarse y cuyo resultado sabe que es inevitable. Ha llegado su hora y se cumplirá el sentido último de su joven vida. Esto sucederá no a través del éxito y la aclamación sino a través del fracaso, del dolor, de la pérdida y la no negociabilidad de la muerte. Por este motivo dice que una semilla tiene que morir antes de que produzca una cosecha.
Después, pasando de su destino personal a la verdad universal de la condición humana, comparte con nosotros el significado, la verdad. Cualquiera que quiera encontrar su vida debe perderla. Y, si él es el camino que seguimos, tendremos que pasar por lo que él está pasando. Por difícil que parezca este camino, el discipulado nos revela al Padre, la fuente, tal como Jesús lo ha conocido y vivido desde que comenzó su misión.
El éxodo en esta transición personal es la ruptura definitiva con los poderes del Samsara, la alianza de fuerzas ilusorias que nos bloquean y engañan. Lo que parece el final se vuelve transparente y vemos cómo toma forma un nuevo comienzo. Todo será nuevo a medida que nos liberemos de las ataduras antiguas y abracemos el regalo único de la vida que hace que cada uno de nosotros sea quien realmente es.
Laurence Freeman, OSB.