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Primer Domingo de Adviento

La cuenta atrás para la Navidad comienza…ahora.

Si no tuviéramos una apreciación de que existe un tiempo sagrado, la vida sería un paisaje sombrío por el que transitar. Se convertiría en un tedioso ciclo de trabajo-vacaciones-compras-ocio-resolución de problemas que generaría una continua sensación de vacío e insatisfacción. El tiempo sagrado inunda de color, púrpura para el Adviento, este mundo monocromático. Produce una sensación de expectación, una certeza dentro de la incertidumbre. Genera una emoción por la inminente revelación de la realidad que no nos decepcionará.

tiempo sagrado del Adviento nos despierta a que algo o alguien real se acerca a nosotros, a través de nuestra vida terrenal. Al participar del tiempo sagrado, aprendemos directamente todo lo valioso que puede aportarnos. Si nos quedamos esperando con la duda persistente de que quizás nada vendrá, nada podrá evitar que nuestra espera vacía se vuelva, efectivamente, aún más solitaria. Y así, nos sentiremos solos de nuevo. Pero si nos sentimos cada vez menos angustiados por las posesiones y por los apegos, entonces la espera será recíproca. Quien sea o lo que sea que esté moviéndose a través del tiempo hacia nosotros, también está esperando el encuentro, el reconocimiento y el abrazo que dará la bienvenida a esta nueva llegada. Y el acontecimiento será maravilloso.

El Adviento nos ofrece un tiempo sagrado para reflexionar sobre cuán conscientemente estamos viviendo. En nuestro ajetreado día a día apenas logramos arrebatar unos minutos para reflexionar sobre aspectos más profundos de nuestra vida. La reflexión comienza con el auto cuestionamiento. ¿Aceptamos completamente el momento en el que estamos? ¿Nos perdemos fantaseando en el pasado o en el futuro? ¿Estamos realmente esperando? Estar verdaderamente en el presente significa ser real y saber, con la sabiduría que surge en la quietud, que lo que estamos esperando ya ha llegado, ya está aquí.

Este tipo de espera es la verdadera esperanza, no la que tenemos habitualmente llena de sueños y deseos. La verdadera esperanza es la certeza de que el acontecimiento final ya ha sucedido y está esperando a renacer en cada momento, en cada circunstancia de nuestra vida. Para alcanzar este estado es necesaria la renuncia reiterada – y a veces insoportable – de las ilusiones y de toda ensoñación egoísta. La ilusión se transforma y reaparece constantemente. Por ello, necesitamos una práctica regular y comprometida con la meditación. Si perseveramos con fidelidad en nuestra cita con el silencio dos veces al día durante las próximas semanas, tendremos un tiempo de Adviento bien aprovechado.

Preguntémonos: ¿Estamos realmente esperando? O, ¿estamos huyendo de nuestra duda sobre si pasará algo en la quietud y el silencio? Esperar no es pensar en nuestro sentido de separación o de estar incompletos. Tampoco significa calmar el temor de que nunca seremos completos. Esperar significa renunciar a todos estos pensamientos y sentimientos obsesivos y salir de la órbita del ego temeroso. Significa entregarnos a la emoción de la plenitud y de la estremecedora belleza de Cristo que se está gestando en nosotros ahora y que, seguro, nacerá a tiempo.

El Adviento, por tanto, es la espera del Amor. Pero como dijo Rumi, “los amantes no se encuentran finalmente en algún lugar. Están el uno en el otro, todo el tiempo”.

Laurence Freeman OSB

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