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Tercera Semana de Adviento

El mundo en el que nació Jesús estaba tan descontento y disfuncional por la injusticia institucional como cualquier otro. Los tiempos de optimismo y esperanza ilimitada son escasos y efímeros. La elección de un Kennedy o un Obama, la caída del Muro de Berlín, los embriagadores días de una revolución política inspirada por ideales o el período inmediatamente posterior a una guerra, los días de boda, todos los nuevos comienzos son ocasiones para creer en lo imposible y olvidar cómo todas las esperanzas anteriores se vieron defraudadas. Son los pobres los que compran lotería.

Los pecados sociales -como los que tenemos arraigados en nuestros sistemas financieros, que disparan los precios de las viviendas de lujo mientras un número cada vez mayor de personas, incluso en las sociedades acomodadas, apenas pueden albergar y alimentar a sus familias- agotan el espíritu y desempoderan la voluntad. En tal desesperación, la gente acudió a Juan preguntando simplemente "¿qué haremos?".

Juan el Bautista es Adviento, esperando activamente al Mesías. En respuesta a la pregunta de la gente, se enfrenta a las injusticias y pecados sociales de su tiempo, los cuales no solo oprimían las vidas, sino también las almas de los que acudían al desierto a escucharle. Se preguntaban por él, esperando que fuera el salvador que corrigiera todos los males y restableciera el orden de la justicia. Los infelices buscan siempre un mesías. Él no lo es, ni siquiera un revolucionario social. Dice a los recaudadores de impuestos que no saquen más de lo que les corresponde y a los soldados que no utilicen su poder para explotar e intimidar. ¿A cuántas sociedades actuales, plagadas de corrupción en la política, la justicia y la policía, no podría decir esto mismo? Es lo mínimo para que haya justicia. Y no puede separarse de la dimensión espiritual, como llegó a comprender San Óscar Romero. Tampoco podemos trazar una línea roja entre nuestra meditación y la forma en que vivimos, votamos, gastamos nuestra renta disponible y nos relacionamos con los problemas del día a día.

Una vez di un retiro a sacerdotes de Filipinas, de una zona muy pobre y remota del país. El seminario donde nos reunimos era tan mínimo como muchas de las casas de la gente y de los sacerdotes que les servían. Recuerdo que el lavabo de mi habitación se cayó de la pared cuando lo toqué y me sentí mal por causarles más gastos. Al hablar individualmente con los sacerdotes, me di cuenta de lo verdaderos servidores del pueblo que eran, cuidando de sus derechos y necesidades materiales, defendiendo su dignidad, así como alimentando su vida religiosa y espiritual.

En una visita a Venezuela conocí a un joven e inteligente hombre de negocios. Viajaba con frecuencia a Estados Unidos para organizar el envío de artículos de lujo a los clientes que tenían dinero para pagarlos. La mayoría de la gente, incluso entonces, raspaba y luchaba humillantemente por cubrir sus necesidades básicas. Lo que más me perturbaba, sin embargo, era su absoluta negativa a hablar de la situación social o de política. Era la esfera "pública" y él ya tenía bastante con su mundo "privado". Cuando le presioné, justificó su actitud diciendo de los políticos que "son todos iguales". Era la lógica de la jungla mal envuelta.

Cuando Jesús aparezca por fin en escena será, como Juan, un profeta que censura la injusticia, que defiende a los indefensos apasionados por la justicia. Puede que ésta haya sido la causa real de su caída, más que su revelación espiritual verdaderamente revolucionaria. Pero será más que un profeta. Su palabra mostrará a la humanidad un nuevo sistema social radical en sintonía con la presencia de Dios en todas las cosas. A este alineamiento de los mundos interior y exterior, armonizando lo político y lo místico, lo llama el Reino. Oírlo, escucharlo, esperar, rezar y permanecer despierto es ser "bautizado con el Espíritu y el fuego". La prueba es que nos quemará.

Laurence Freeman OSB

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