Reflexiones de Cuaresma 2022
Actualmente, se está desarrollando una discusión entre los eruditos del Nuevo Testamento, en cuanto a la traducción de la frase griega “pistis Christou” que aparece en algunos pasajes de San Pablo. No se ponen de acuerdo si es que significa fe en Cristo o la fe (fidelidad) de Cristo.
Uno puede decir, viendo cómo el mundo parece desmoronarse, ¿acaso realmente importa? Bueno, sí y no. No importa mucho desde el punto de vista de la necesidad de lidiar inmediatamente con la crisis de la justicia económica, el Covid, el medioambiente, o Ucrania. Pero desde el punto de vista de cómo podemos desarrollar una nueva conciencia a través del Cristianismo y de las otras tradiciones de sabiduría, para poder afrontar las consecuencias de estas crisis y lograr cambiar de dirección, sí, importa.
La diferencia en las traducciones resalta la diferencia entre poner el énfasis en nosotros mismos o en Cristo. Si la fe que mueve montañas y sana a la humanidad significa predominantemente nuestra fe en Cristo, el significado de la fe puede terminar siendo reducido a algo controlado por la fuerza de voluntad humana, o a meros conceptos y creencias. Esta actitud ha debilitado la conexión viviente de la fe personal Cristiana con su fuente, la persona de Cristo Resucitado. Ahora bien, si por el otro lado, el énfasis se pone en su fidelidad, la química de la fe y la alquimia de su relación con la humanidad cambia. Ya no estamos más tratando de levantarnos y liberarnos de nuestras correas; sino que experimentamos una fuerza adicional trabajando con nosotros proveniente de otra dimensión. La fidelidad de Cristo genera y libera esa fuerza a través de todas las dimensiones de tiempo y espacio: ayer, hoy y mañana.
¿A quién o a qué es fiel Cristo? Esta es la pregunta central, y las múltiples maneras de responderla al final se resuelven, no en una única respuesta, sino en una relación. Con Él, con su llamado, con el Padre, con su amor por la humanidad, con la fidelidad innata de Dios.
El ser fieles manifiesta el gran potencial y la belleza de la humanidad. Tan solo pensar en cuán seguido nuestra deteriorada fe en la naturaleza humana se renueva cuando celebramos un matrimonio que perduró por décadas, o nos enteramos de una persona que se mantuvo fielmente comprometida a una tarea durante toda su vida, o alguien que cumple su promesa, aunque todo ello les cueste mucho más de lo que pensaban.
Como en la mayoría de las disputas entre esto o lo otro, hay una verdad en ambas posiciones. La fe de Cristo fortifica nuestra fe en Cristo. Pero se necesita fe en el misterio vivo de la verdad para ver que la respuesta está más allá de la división, y no en la victoria de un lado sobre el otro.