¿Alguna vez has intentado halar una puerta que sólo se puede abrir empujándola? Uno se siente frustrado o enfadado o simplemente tonto hasta que comprende el error, empuja suavemente y ve cómo se abre sin esfuerzo. Toda la fuerza y la rabia gastadas en intentar obligar a la puerta a actuar contra su naturaleza, tu voluntad contra la suya, toda esa energía malgastada se evapora de repente. Puede que incluso te rías de ti mismo (y deberíamos hacerlo).
Así es como aprendemos, fracasando y sintiéndonos ridículos para poder ver más claramente a través de la lente del fracaso. “Oh, feliz culpa”, como cantaremos en la Vigilia Pascual dentro de unas semanas. La famosa cita de Samuel Beckett sobre el propio fracaso a menudo no se entiende. Podría ser nuestro koan de Cuaresma:
Intenté alguna vez. Fracasé alguna vez. No importa. Intentaré de nuevo. Fracasaré otra vez. Fallaré mejor.
Puede sonar como la llamada al triunfo de un orador inspiracional, una llamada machista que dice: si no te rindes, al final vencerás a todos y triunfarás brillantemente. La visión de Beckett tras la Segunda Guerra Mundial era más oscura que esto. Tras los catastróficos fracasos de la civilización occidental para ser civilizada, la vida le parecía una tragicomedia que terminaba en el ineludible fracaso del cuerpo y la mente en la muerte. Dentro de unas semanas, el Viernes Santo lo confirmará. Nuestra regresión en los últimos años a una cultura política de engaño y violencia brutal demuestra que el pecado siempre está de vuelta. El fracaso es un compañero constante, así que no te fíes del orgullo que acompaña al éxito. Sin embargo, incluso en esta visión oscura, o quizá sólo en ella, hay una luz inextinguible de esperanza.
Volver al presente siempre la restaurará. Como dijeron Maria y Albert, nuestros coordinadores en Ucrania: “Estamos en guerra. Ahora es el momento de meditar”. La mente contemplativa desanimada por el fracaso se reactiva con la contemplación. Al ver esto, comprendemos el papel necesario que desempeñan la sabiduría y la práctica contemplativas en todos los asuntos humanos. Por mucho que fracasemos en la meditación, ésta nos hace profundizar. En primer lugar, nos permite responder en lugar de reaccionar ciegamente. Recuerda con qué facilidad (o con la mínima presión) se abre la puerta cuando se la invita a hacerlo de acuerdo con su verdadera naturaleza. Lo resistente y negativa que parece cuando utilizamos una fuerza antinatural.
Es como hacer sonar el cuenco en la meditación. Algunas personas atacan el cuenco como si fuera una llamada a la batalla. Hay un vídeo de 15 minutos en el que un monje zen muestra suavemente cómo “invitar a la campana a sonar”. La no violencia en nuestra vida personal -y en todas partes y en todo momento- empieza por cómo rezamos. Cómo rezamos es cómo somos (lo llamemos “oración” o no). ¿Empujamos contra la puerta de Dios, oponiendo nuestra voluntad e identidad a la Suya, o dejamos que la puerta de la metanoia se abra suavemente?
El punto dulce entre empujar y halar es la quietud del presente.
Laurence Freeman
Traducción: Elba Rodríguez, WCCM Colombia