Jesús les dijo en seguida: «No tengan miedo»
Mt 28:1-10
San Benito pensaba que “la vida debe ser una Cuaresma continua”. A medida que nos acercamos al final de la Cuaresma, puede que pensemos que ya hemos oído hablar bastante de ella o puede que estemos empezando a entender de qué se trata. En cualquier caso, es uno de los hilos de trama y de urdimbre que hay que tejer en el tejido espiritual de la vida. Nos recuerda valores clave, como la disciplina, la moderación y la vigilia; y, como periodo fijo de transición, puente entre estaciones, es una parte que nos recuerda la vida siempre cambiante del todo.
Ayer, en Bonnevaux, veneramos la Cruz. Estábamos al aire libre, bañados por un cálido sol, un grupo multinacional e intergeneracional al que se unieron, justo antes de empezar, tres peregrinos de Colombia. Éramos diversos, como lo eran las multitudes que acudían a Jerusalén con motivo del Festival en el que tuvo lugar cierta crucifixión insignificante.
Después de la veneración del Viernes Santo siempre queda un enorme vacío. Hoy se extiende aún más cuando Jesús “desciende a los infiernos”, se sumerge en las profundidades más oscuras y reprimidas y libera las partes de nosotros que siguen sujetas a las cadenas del miedo y la violencia. Su llegada sacude todo lo que bloquea o distorsiona al ser humano para que florezca en nuestra semejanza con Dios. Cuando irrumpe de nuevo en la superficie, se presenta a quienes pueden reconocerle. Su primera y repetida palabra es no temer. Cuando en el futuro nos despertemos en alguno de esos lugares oscuros, quizás enfrentándonos a nuestra mortalidad o desenterrando una pérdida enterrada, sentiremos que él ya ha hecho una visita allí y con esa conciencia nuestro miedo retrocederá.
Guardamos más silencio en nuestro retiro aquí después de la Veneración y durante todo el día de mañana hasta la Vigilia. La amplitud que crea el escenario sagrado es palpable. Sí, es un vacío, pero no es una nada. ¿De qué está lleno el vacío en la naturaleza, salvo de potencial? Es posible que los huevos se hayan asociado especialmente a la Pascua por ser símbolos de nueva vida, fertilidad y regeneración en primavera. Incluso su forma se consideraba un símbolo del infinito y, en algunos mitos de la creación, el cosmos comenzó como un huevo que se abre. Igual que un polluelo sale del cascarón, Jesús sale de la tumba. La búsqueda del huevo de Pascua es divertida y simboliza nuestra búsqueda del origen de la vida. Algunos juegos de ordenador esconden un “huevo de Pascua” en su código, a la espera de ser descubierto por alguien que lo busque de verdad.
¿Qué es entonces el Sábado Santo? ¿El día después? ¿Un terreno baldío? ¿Un campo de batalla después de la lucha? ¿O es algo más? Un vacío que crepita con potente energía, la esperanza tenuemente creciente nacida del quebranto de la Cruz, el instinto de los discípulos dispersos por encontrarse, la sensación de algo a punto de abrirse, algo perdido a punto de encontrarse. ¿Se trata de una sola cosa o del despertar de innumerables dimensiones y planos de la realidad? El individuo que murió regresa como una persona cósmica, el Purusha, el Cristo Cósmico, disolviendo el miedo al limpiar las puertas de la percepción. Para que podamos ver todo como es, infinito.
Laurence Freeman OSB
Traducción: Elba Rodríguez, WCCM Colombia