Con frecuencia se le atribuye a San Pablo la fundación del Cristianismo. Por cierto que sin él, no se hubiera desarrollado de la manera en que lo hizo. Ni tampoco él hubiera contribuido a su desarrollo, como lo hizo, si no se hubiera caído del caballo en su viaje a Damasco y la aparición de Jesús en medio de una luz enceguecedora no hubiera cambiado su vida completamente. Decir que le dio forma al Cristianismo no quiere decir que depuso a Jesús, sino que, al igual que nosotros, lo conoció después de resucitado. Aunque Pablo insiste en la humanidad de Jesús, no está muy interesado en el Jesús histórico. Tampoco quiere decir que Pablo estaba preocupado por estructuras o reglas.
En realidad desde el punto de vista religioso él era radical, era un pionero, no un administrador, era un místico más que un abogado. San Pedro llamaba a Pablo su amigo y “querido hermano” y recomendaba sus cartas, aunque advertía que había pasajes que eran demasiado difíciles de entender y que podían ser malinterpretados (2 Pedro 3:15). Pedro había discutido acaloradamente junto a él en el Congreso de Jerusalén acerca de la admisión de gentiles a la hermandad de cristianos. En Roma ambos fueron igualmente reverenciados mientras esperaban se cumpliera su destino. Pero la tradición describe cómo el trono y la sucesión del Príncipe de los Apóstoles pasan a Pedro y no a Pablo. Pablo tal vez no era el tipo de persona indicado para manejar una diócesis.
Probablemente nació en el seno de una próspera familia judía en una pluralista ciudad greco romana. Algunos piensan que a los veinte años llegó a Jerusalén para estudiar leyes y por propia decisión se convirtió en un fanático fundamentalista que perseguía a los seguidores de Jesús.
Antes de su experiencia de conversión y de acuerdo a su propia descripción, está al mismo nivel de los peores ayatollahs y de los más aterradores inquisidores. No sólo él estaba en lo correcto sino que otros debían ser castigados por estar equivocados. Después, cambió completamente de opinión con respecto a sus más profundas ideas religiosas, con respecto a la gracia, al pecado y a la salvación. Sin embargo, esta revolución religiosa fue principalmente espiritual, no intelectual. Durante muchos siglos, desde Pablo y la iglesia apostólica, la teología se desarrolló bajo la influencia de la experiencia mística nacida de la contemplación. Con el tiempo las cosas cambiaron, especialmente en la iglesia occidental, y la teología, como la “reina de las ciencias” se separó de la supuesta subjetividad de la oración y comenzó a controlar la experiencia y a escudriñar la verificación “personal” de la fe. Las raíces de esta tensión perenne y natural entre lo espiritual y lo religioso, de lo que tan comúnmente se habla hoy en día, pueden encontrarse en las cartas de Pablo, aunque él nunca imaginó hasta donde llevaría.
La Primera Carta a los Tesalonicenses, es el primer escrito cristiano y en el tercer versículo expresa la tríada de fe, esperanza y caridad que, como muchas de sus fórmulas, dieron forma al vocabulario teológico de la Iglesia.
El uso que hizo de estos y otros términos influenciaron a todos los escritores místicos posteriores: gnosis (conocimiento a través de la experiencia personal), pistis (fe como una relación personal), ágape (amor divino). A través de sus cartas, escritas a pequeñas iglesias locales, por cuyas vidas sentía un apasionado e incluso posesivo interés paternal, podemos adivinar su compleja personalidad religiosa.
Al igual que Moisés, parece haber sido un orador carismático. Era apasionado en el amor y en el enojo. Podía ser tierno, severo, comprensivo e impaciente. Su “aflicción” cualquiera que esta haya sido, lo mantuvo humilde en su accionar y en su total inmersión en la experiencia de Cristo.
La frase “en Cristo” aparece 164 veces en los escritos paulinos, refiriéndose siempre a su vida mientras que la frase “con Cristo” se refiere al prójimo.
Como en el caso de otros fundadores, la línea entre el hombre y el mito es tenue. Actualmente se cree que solamente la mitad de las cartas paulinas son de su autoría. Aún así, Pablo es más grande que su personalidad y su identidad histórica.
Sin embargo, su experiencia de conversión es completamente personal y se encuentra descrita más de una vez en sus cartas y en los Hechos. Lo anonadó durante tres días hasta que pudo continuar con su vida.
El nos muestra que la experiencia mística es trascendente pero que no puede separarse de la psiquis individual, en donde ocurre y a la que puede estresar. La experiencia de Pablo fue un “misticismo light”, pero los escritos que inspiró contienen material del que posteriormente se extrajo para todos los tipos de literatura mística incluyendo la noche oscura. La teología de Pablo contiene, en forma no sistemática, lo catafático (lo que decimos acerca de Dios) y lo apofático (decir lo que no podemos decir).
Nos dice que “en Cristo habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad” (Col 2:2) un elemento importante en el desarrollo del dogma de la Encarnación. También ruega que a través de la fe Cristo habite en nuestros corazones en el amor y que podamos comprender su totalidad aunque “supera todo conocimiento” (Efesios 3:17).
Su conversión fue solo el comienzo y tal vez fue tanto una implosión de su lado oscuro como un momento místico pleno. En 2 Cor.12 Pablo se refiere a una experiencia de „ser arrebatado al paraíso‟ („no sé si con el cuerpo o fuera de él – Dios sabe‟) donde escuchó palabras tan secretas que el hombre es incapaz de repetir. Tiene similitudes con el misticismo apocalíptico judío pero es también único, especialmente al ser tan explícitamente autobiográfico. Sin embargo, el significado de haberlo contado no es el de “alardear” sino el de insistir en que la gente se haga una idea acerca de él, de acuerdo con lo que ven. ¿Y cómo es él?
Como nosotros. Se le dio una aflicción para mantener su humildad y a pesar de sus oraciones Dios no se la quitó. De esta forma siguió siendo débil. Y él está orgulloso de su debilidad, no de sus experiencias místicas porque el poder de Cristo descansa en la debilidad y el poder divino solo se ve plenamente desde la debilidad humana.
“Ya que cuando soy débil, soy fuerte”. Aquí observamos el imprescindible renunciamiento al poder que está en el corazón mismo del misterio de Cristo y de la vida cristiana. El misticismo cristiano no está concentrado en la experiencia subjetiva que fácilmente infla el ego sino en el trabajo de Dios en el contexto más amplio del mundo y del servicio a los demás.
Esta descripción de éxtasis, nutrió a muchos escritores místicos que lo sucedieron, tales como Orígenes y Ambrosio. Los ayudó a cristianizar la „teoría‟ (visión) platónica que se convirtió en una palabra clave para la contemplación. Al permitir conectar figuras antiguas como Platón demuestra cómo florece el diálogo interreligioso en los místicos, un punto que no debe ser olvidado en la actualidad, mientras el Islam y el Cristianismo occidental se alinean políticamente. Al leer la descripción de Pablo de la transformación espiritual, Gregorio de Nisa amplió su concepto de epiktasis, la experiencia de Dios que no termina.
Pablo enseña que „somos transfigurados a su propia imagen (la de Cristo) con un esplendor cada vez más glorioso‟ (2 Cor. 3:18). Al contemplar al Cristo Resucitado, el ser humano, como imagen de Dios, es sanado y completado al mismo tiempo. Los místicos cristianos resaltan la prioridad de la experiencia pero advierten contra las „experiencias‟ atractivas. Inmovilizar la atención en las experiencias individuales es consumismo espiritual. La fe es la prolongación de la experiencia en el tiempo.
Debemos resaltar dos aspectos más de la experiencia mística de Pablo que dieron forma a la Iglesia. Primero, su impacto en el pensamiento moral. La conversión de Pablo y su subsiguiente iluminación en Cristo lo llevó a abandonar las leyes religiosas como modo de rectificar la condición humana. Descubrió la atracción fatal de considerar al pecado como una ruptura de una regla que la ley podía, a su vez, rectificar. En Romanos, él considera a la Ley como una solución temporal. No puede realizar la cirugía drástica necesaria para curar la auto alienación del alma humana que es la raíz del pecado. Alcanza la gracia y, oh maravillosa noticia, donde hay pecado sobreabunda la gracia… Desde la gracia se está a un paso de considerar al amor como la energía fundamental de la oración y de la unión profunda con Cristo y con los demás.
Para Pablo, el Cristo cósmico es el Cristo interior. Saber esto es la sobria intoxicación de amor que disipa la „fantasía‟. Y como llegó a creer Bernard Lonergan, el teólogo jesuita del siglo 20, „El amor de Dios que inunda lo más profundo del corazón a través del espíritu Santo que El nos ha dado‟ (Rom.5:5) - eso es la experiencia Cristiana.