Tal vez toda identidad surja del conflicto. Heráclito, el filósofo pre-socrático, pensaba que todas las cosas surgen del conflicto. En sus comienzos, la identidad cristiana también tuvo que interactuar y separarse de las poderosas fuerzas religiosas y filosóficas del judaísmo, del pensamiento griego y del gnosticismo. Alejandría, ciudad fundada con una visión universalista, se convirtió en el primer crisol de este proceso. Aún en la época de Cristo mientras Filón, el pensador judío, estaba reconciliando las mentes griegas y judías y la Biblia hebrea estaba siendo traducida al griego, Alejandría era un lugar donde el diálogo y no la coerción era la característica distintiva de la búsqueda de la verdad.
Clemente de Alejandría, nacido tal vez en Atenas en el año 150 DC, se acercó hacia esta extraordinaria ciudad de ideas y allí encontró su mentor cristiano. Panteanus, quien había visitado y estudiado filosofía en la India, fue el primer director de la primera Escuela Catequística y fue sucedido por Clemente. Cuando a principios del Siglo III comenzaron las persecuciones y esta temporada de fermento intelectual se terminó, Clemente, hombre casado, fue forzado a guardar sus libros y huir y morir en el exilio, en algún lugar, alrededor del año 215.
Como el primero de los teólogos místicos nos ha dejado un modelo perdurable de una mente cristiana tan profundamente coloreada por la catolicidad de la mente de Cristo, que declaró que “nada que no esté contra la naturaleza puede estar contra Cristo”. Fue un cristiano humanista que veía que la Palabra de Dios preparaba doblemente para la Encarnación mediante la filosofía griega y la Biblia hebrea. Clemente presentó a la cristiandad de manera tal que el mundo educado la respetara. Imaginemos hoy día cuánto mejor nos sentimos cuando vemos nuestras creencias esenciales representadas por un Ratzinger o un Williams en vez de por una cuestión solo fundamentalista. La mente católica de Clemente contrasta con sus contemporáneos africanos los Tertulianos cuya fe tiene un tono muy diferente - ¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén? - se preguntaba Tertuliano desdeñosamente. Aún como cristiano que seguía las ideas de Platón, Clemente se adhirió a las doctrinas fundamentales de la Encarnación. La naturaleza humano-divina de Jesús y de Cristo como salvador universal (`todos tenemos necesidad de Cristo´), no como una prueba dogmática de ortodoxia convencional sino como una revelación inspiradora. Para Clemente la Encarnación es un trabajo conjunto de `enseñanza y revelación´ y este continuo avance hacia la fe mantiene la frescura y la abundancia de su teología tanto como debe haber fundado y guiado su oración. En él vemos que la teología y la experiencia no nacieron para ser separadas.
Clemente es el primer teólogo que habla de la salvación como “theosis” (divinización). No es un proceso legal. Para él el pecado no es una infracción de las reglas que amerita un castigo sino el resultado irracional de la ignorancia. Usa una metáfora que también usaba Juliana de Norwich para ilustrar su teología de la salvación – el Adán que cayó dentro de una zanja porque no pudo saltar por encima de ella y que no pudo salir. El segundo Adán vino en su ayuda, no a castigarlo. Esta teología de piedad salvífica nace y crece en la profundidad sin imágenes de nuestra oración. Para Clemente la salvación no es un indulto, es la libertad, la salud, el conocimiento, la vida. “La medicina del médico divino”, la Palabra que eternamente ha “llevado el timón del universo” y que encarnada, es conocida como el “médico que cura todas las dolencias humanas y el sagrado encantador del alma enferma”.
Al conocer esta fe, Clemente ve a todos los cristianos como “verdaderos gnósticos”. Aunque se opone a que el Gnosticismo se haga cargo de la creencia cristiana en subasta pública, no niega cómo y dónde el enfoque gnóstico es verdadero. La visión de Clemente del crecimiento personal del discípulo en cuanto a este conocimiento espiritual, queda expresada en sus tres grandes obras: El Protrepticus (Exhortación), presenta a Cristo como Logos para la mente pagana, haciendo énfasis en el acto de creer. “Todos pueden elegir creer o no creer.” En Paedagogus (Educador) enfatiza el trabajo educativo de Cristo y la purificación del discípulo. Es aquí donde podemos observar la primera ilustración de lo que podría ser llamada una “espiritualidad” integral cristiana – la fe como un modo de vida holístico con significado socio económico que abarca cómo la gente se vestía, usaba joyas, se perfumaba, iba a los baños, caminaba, hablaba, y hacia el amor en la recámara nupcial. En Stromateis (Bolsos de viaje) con un estilo más esotérico se dirige a los estudiantes más avanzados que ya han comenzado a experimentar el conocimiento de la verdad. Estas tres etapas del viaje espiritual normarán toda la tradición. Cristo el Maestro “entrena al gnóstico por medio de los misterios, al creyente por medio de las buenas obras, al duro de corazón por medio de la disciplina correctiva. El neófito obedece por miedo, motivado por el deseo de la recompensa, el creyente forma buenos hábitos, el gnóstico obedece por amor y no tiene deseos porque tiene todo lo que necesita a través del Espíritu Santo y es tan parecido a Dios como es humanamente posible”.
Ireneo, Atanasio y más tarde Agustín compartieron con Clemente la creencia patrística principal de que la importancia de la Encarnación de Dios reside en la divinización del ser humano. Esta aseveración tan valiente - que más tarde se volvió peligrosa en la tradición – atrajo a los gnósticos de entonces tanto como hoy día atrae a los que pertenecen a las corrientes “New Age”. Sin embargo, el significado cristiano de la idea es preciso y racional.
Une la experiencia cristiana con el siempre inefable misterio de la naturaleza de Dios. Theosis es el trabajo del amor, no sólo del pensamiento. Continuamente descubriremos en nuestro análisis de la tradición, que la contemplación es el trabajo del amor. Dice Clemente: “Cuanto más ame alguien a Dios, más profundamente se adentra en Dios”, y lo que posibilita esto es lo que Aquino llama “connaturalidad”. Es una idea de Platón que Clemente adaptó y desarrolló para la fe cristiana por medio de un verso del Génesis que dice que el ser humano está hecho “a imagen y semejanza de Dios.” Sólo podemos conocer aquello a lo que nos parecemos. Es la nous (mente) la parte más interna de la mente, de acuerdo a Platón, lo que hace posible que conozcamos a Dios. Pero traducirlo en la actualidad como intelecto puede resultar engañoso. Está más cercano a la función de la mente que en sánscrito se llama “buddhi” o “corazón” en las Escrituras. Para Clemente nous es el significado de lo humano como ' imagen´ de Dios y es el órgano de la oración. Para el pensador místico ser el ícono de Dios es un proceso dinámico y no lo contrario. Nos estamos convirtiendo en, un ser en proceso de asimilación a Dios. En todo esto existe una tendencia hacia la abstracción – el cuerpo no va adquiriendo la forma de, y la contemplación podría parecer bastante espectral. Pero el ancla cristiana de Clemente, fija en la encarnación, controla todo esto. El “gnóstico verdadero” es un cristiano eclesiástico completamente comprometido. La obra de Dios fluye de la oración y como cristiano contemplativo él es “más grande en el reino quien hace y enseña (porque) todos son para él amigos.”
La combinación de la trascendencia, expresada en la theosis, y la inmanencia, expresada en el amor, es el infinito. Para Clemente la perfección significa que nunca llegamos a ser perfectos y que “cada final es un nuevo comienzo”. La naturaleza sin imágenes de la contemplación – lo que Orígenes, el sucesor de Clemente, llamaría “oración pura”, es el trabajo experimental de esta teología en la cual estamos continuamente moviéndonos a través de la santidad hacia dentro de la inmensidad. Clemente es la primera gran articulación de la dimensión apofática de conocer a Dios a la que todos estamos llamados. “Podemos de alguna manera alcanzar a comprender la idea de Todopoderoso, no por saber lo que Él es, sino por saber lo que Él no es.” El cristiano maduro es teológicamente bilingüe, según aprendemos de Clemente al comienzo de nuestra tradición. Se puede decir: ¿dónde no está Dios? En ningún lugar. Entonces, Dios está en todas partes. Esto no deja lugar a dudas y evita la arrogancia que nos ha llevado en esta era hacia la locura del cientifismo, que nos hace creer solamente en lo que podemos ver y medir.
Inmensa como ha sido la marca de la inteligencia mística de Clemente sobre el pensamiento y la espiritualidad cristianas, así es de profundo y amplio su encuentro con Cristo, lo que hace a Clemente una rara combinación, una autoridad amorosa. Para él Jesús “tiene una voz con muchos tonos y diversos métodos para la salvación de los hombres. Su meta es crear una verdadera salud del alma”. Jesús como salvador ha encontrado para todos las “drogas racionales que se ocupan de la rapidez de la percepción y de la salvación”. Detrás de la arquitectura de una gran mente sentimos la intimidad de alguien que está atrapado en la maravillosa belleza del amor.