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Ciclo 1 – Carta 42: Juan Casiano

Juan Casiano, a quien Thomas Merton llamó el `señor de la vida espiritual para los monjes – la fuente para todos en el occidente´ y quien regresó a John Main al camino de la contemplación, nació probablemente en la actual Rumania alrededor del 360 D.C.

En años posteriores, mientras rezaba, sus distracciones eran alimentadas al menos en parte por las historias y poemas que había estudiado en su juventud, así que podríamos suponer que tenía una buena educación. Siendo joven, tal vez a los veinte, viajó a Palestina y entró en un monasterio que más tarde encontró insatisfactoriamente indiferente en su fervor hacia el `progreso espiritual´ que Casiano y muchos de sus contemporáneos anhelaban.

El monasticismo palestino tenía reputación de oraciones demasiado largas y apariencias extravagantes. Pero los monjes egipcios estaban atrayendo multitudes de buscadores comprometidos y de turistas espirituales.

Los espirituales padres y madres del desierto del norte de Egipto – los abbas y las ammas – no estaban interesados ni en los turistas ni en la fama, sino en el auto-conocimiento (`más grande que el poder de hacer milagros´) y en el conocimiento de Dios. Los monjes decían que ellos huían de los obispos y de las mujeres, evitando las tentaciones del status clerical y de la carne.

Con respecto a las ammas, algunas de las cuales eran prostitutas reformadas y cuya sabiduría no ha sido registrada tan bien como la de su contraparte masculina, podemos decir que se respetaban y eran respetadas por sus contemporáneos de la misma manera.

El movimiento monástico del desierto, que alejó a Casiano de la comunidad de Belén para pasar cerca de veinte años bebiendo de la fuente más fresca de sabiduría espiritual de su época, fue un movimiento laico. Los monjes no consideraban su modo de vida como inherentemente superior al estado matrimonial y no podían siquiera decidir qué era mejor, si la vida en comunidad o la vida en soledad. En soledad, ¿qué pies se podían lavar? Ellos eran cristianos. Y vivían las paradojas del Evangelio. Su legendario pionero, Antonio del Desierto, había renunciado de joven a sus posesiones y a su hogar y había penetrado aún más profundamente en la soledad y en inhóspitas moradas, como lo hicieron, algo más de un siglo después, los monjes celtas de Skelling Michael, un escarpado peñasco a ocho millas de Kerry Coast.

La Vida de Antonio, de Anastasio, es un banquete jungiano acerca de la lucha de un alma de mediana edad apasionada por lograr esa integración, individualización y auto conocimiento que ellos llamaban santidad.

Como sucedió en otras épocas de decadencia cívica negativa y pesimismo – este fue el periodo de la obra de Agustín Ciudad de Dios – la gente fue empujada en búsqueda del significado humano básico.

Después de saciar su sed en el desierto, violentas controversias teológicas condujeron a Casiano, primero a Constantinopla donde fue ordenado diácono y luego a Roma donde se convirtió en sacerdote. Su última parada fue Marsella donde fundó un monasterio doble para hombres y mujeres. A invitación del obispo local, preocupado por domesticar los aspectos más salvajes del movimiento monástico que se había extendido allí, Casiano escribió tres grandes obras. Las Instituciones, más concentrado en las medidas externas para reformar la vida corrompida por las ocho faltas más graves (luego llamadas los siete pecados capitales).

Un Tratado contra la herejía nestoriana demuestra su ortodoxia pero también tropieza un poco ante la pregunta de cómo el libre albedrío se relaciona con la gracia y choca con Agustín.

Como consecuencia, en la iglesia occidental se lo honra con una fiesta el 29 de febrero, y a pesar de haber sido la especial inspiración de Benito, Aquino y Domingo, se le conceden todos los honores en la iglesia oriental. La tercera y más grande contribución a la espiritualidad occidental y a la práctica de la vida mística es sus Conferencias de los Padres. Benito hacía que sus monjes las escucharan todos los días. Están organizadas en diálogos con algunos de los abbas del desierto y combinan perspectivas psicológicas agudas con sabiduría teológica y de las Escrituras. Con la influencia de Evagrio, el más intelectual de los padres del desierto, la doctrina de Orígenes penetra las ideas de Casiano y da forma a su propia comprensión característica de la oratio pura, oración pura. El propósito práctico de la vida de un monje, según esta sabiduría, es simplemente llegar a un estado de oración continua.

Al analizar esto, Casiano dice que hay una meta inmediata y final, la pureza del corazón y una segunda, el reino de Dios. La ecuación se encuentra simplemente balanceada en la espiritualidad del desierto: el amor perfecto, es igual a la pureza del corazón, es igual a la oración pura.

El problema son los `demonios´. Estas tendencias y estados de la mente cuidadosamente observados fueron organizados en un sistema psicoespiritual que muestra una secuencia en la cual ellos surgen, interactúan y pueden ser pacientemente soportados y finalmente dominados a través del ascetismo, la amistad espiritual, la discreción y el autoconocimiento. Por supuesto que la tentación continúa siempre – la perfección no es un estado que se pueda alcanzar permanentemente - y es en realidad necesaria para progresar. Las ocho faltas capitales nos son familiares a todos nosotros en una cultura donde la obesidad (gula), la pornografía (lujuria), el dinero (avaricia), la violencia (ira), el estrés y la depresión (acedia y tristeza), y la celebridad (orgullo y vanagloria) dominan nuestros pensamientos, nuestras fantasías y los periódicos. La cura, ahora como entonces, es la oración.

Las Conferencias devinieron en dos enseñanzas (Conferencias 9 y 10) acerca de la oración del Abba Issac. En la primera de estas, se analiza la diversidad de la oración y se describen algunos principios básicos. `Debemos prepararnos antes del momento de la oración a ser las personas orantes que deseamos ser. Ya que el estado en el que nos encontrábamos antes de la oración es el que da forma a la mente en oración´.

Toda oración avanza hacia esa `encendida oración sin palabras´ que `trasciende todo entendimiento humano´ y que es unión en y con Cristo. Casiano cita la autoridad de Antonio para insistir en que, en este estado, la autoconciencia ha sido finalmente abandonada porque `no hay una oración perfecta cuando el monje se entiende a sí mismo o lo que está rezando. Asunto difícil. Y Casiano estaba debidamente impresionado por el Abba Isaac. Pero luego se queja que no le ha mostrado cómo lograrlo. Isaac lo elogia por hacer todas las preguntas importantes. La próxima conferencia de Isaac enseña la ´fórmula´ que se convirtió en la oración monologuista (de una sola palabra) del occidente, así como la Oración de Jesús lo hizo después en oriente.

Recomendó el verso `Oh Señor, ven en mi ayuda´ la cual seguramente San Benito adoptó en deferencia a Casiano para la apertura del `opus dei´ u Oficio Divino. La fórmula reduce a simplicidad y pureza todo lo que contiene la mente atareada y los sentimientos turbulentos. Al repetirla incesante y continuamente es posible `renunciar a todas las riquezas del pensamiento y de la imaginación´ y llegar a través de la pobreza del espíritu a la pureza del corazón. En una larga conclusión de la Conferencia, Isaac describe la mayoría de los estados de la mente, que cualquier persona seriamente comprometida a una práctica contemplativa diaria puede experimentar, desde la euforia a la depresión, desde la distracción hasta la somnolencia, desde el miedo a la inquietud. La fórmula se convierte en fiel guía a través de todas ellas hasta la meta. Permanece con nosotros en “la adversidad y en la prosperidad” y finalmente entra al interior del corazón donde es recitada aun mientras dormimos y nos despertamos por la mañana. `Déjenla que los acompañe siempre´ dice, especialmente al comenzar y al finalizar cualquier tarea que realicen.

Esta oración es distinta, pero está inseparablemente relacionada con la lectio o lectura de las escrituras, la cual según Casiano se torna más sustanciosa e iluminadora como resultado de esta fórmula en pos de la pobreza del espíritu, que concentra y unifica nuestra atención. Agrega que no es tan sencilla como parece, pero que sus frutos valen más que el trabajo que cuestan. Y, anticipando una larga y continua tradición que mana desde el desierto hasta nuestros áridos días, hace notar que es un `formato simple que los principiantes deben mantener´ y que por su virtud inherente nadie es excluido de su meta universal - tanto monjes como prostitutas – la meta de la pureza del corazón.

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