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Lunes de la Cuarta Semana de Cuaresma

11 de marzo de 2024

Todas las cosas dependen de cómo las percibimos: nuestra visión y la respuesta que le damos a lo que vemos (o creemos ver). Aunque teóricamente valoramos la objetividad y el desapego, incluso en el rigor del método científico, lo que para mí es objetivo puede parecerte pura prejuicio o estupidez, e incluso, después del acontecimiento, un error para mí. ¿Cómo podemos estar seguros de que lo que percibimos es real y de que nuestra manera de ver tiene valor? La percepción es fundamental, pero la perspectiva moldea la percepción, incluso sin que nos demos cuenta. Nuestra perspectiva está conformada por todas nuestras influencias culturales, educativas y personales. Nuestra crisis radica en que la perspectiva que dábamos por sentada se está desmoronando.

La época actual está marcada por una crisis de percepción provocada por el cambio en las perspectivas fundamentales que se mueven de manera sutil, como las placas tectónicas bajo la superficie terrestre, hasta que provocan un terremoto devastador. En estos momentos, nos sentimos como ovejas sin pastor o como un automóvil cuyos frenos han fallado al descender una colina; buscamos nuevas soluciones y retrocedemos cuando nos encontramos con un callejón sin salida. La vida ya no se percibe como una asombrosa revelación del misterio de la creación, sino como un entramado del cual intentamos desesperadamente encontrar la salida.

Sin embargo, hay una distinción de suma importancia entre un entramado y un laberinto.

Un laberinto en espiral de tipo simple es uno de los diseños más antiguos pintados por manos humanas en las paredes de cuevas mágicas y míticas hasta hace 40,000 años. En la antigüedad clásica y más tarde en la Edad Media, el laberinto más sofisticado, como aún podemos ver en el suelo de la Catedral de Chartres, se asemeja de manera asombrosa a los dos hemisferios del cerebro o, para algunos, al tracto intestinal. Es una práctica espiritual caminar por él, ya que llama a la mente consciente lo que está desplegándose o bloqueado en el inconsciente. Para el meditador, es un símbolo de su jornada interior diaria. Se necesita fe y perseverancia para recorrer el laberinto; se sigue un camino estrecho y una vez que ingresamos a través de la única entrada, notamos al finalizar el viaje, que también es la única salida. El laberinto es una peregrinación unicursal que pone a prueba nuestra fe porque puede parecer que nos aleja del centro al que nos está llevando. Dios no escribe derecho con renglones torcidos. Él dibuja líneas curvas que intentamos mejorar enderezándolas.

Aunque el laberinto es una peregrinación que aprendemos a seguir, el entramado es un problema por resolver, un rompecabezas por dominar. Los laberintos tienen múltiples entradas y salidas. El objetivo es simplemente salir una vez que te hayas perdido, y perderse es la emoción, o el horror, de ello. También hay callejones sin salida frecuentes que te obligan a retroceder y enfrentar el miedo de nunca salir. Así, el entramado es una versión corrompida del laberinto y sirve como metáfora de lo que la vida moderna ha llegado a ser. Quien haya diseñado el primer entramado estaba expresando un disgusto por la insignificancia de la vida de la misma manera que los creadores de películas de terror aprovechan esos temores de nuestra oscuridad interna que se acumulan para explotar detrás de la máscara del falso optimismo.

La meditación convierte el entramado en un laberinto. Al hacerlo, la vida vuelve a ser verdaderamente sorprendente.

Laurence Freeman, OSB.