Un extracto de Laurence Freeman OSB, “Queridísimos Amigos”, en el Boletín de la Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana, Vol. 35, No. 2, julio de 2011, pp. 4-5.
Podemos dejar de lado nuestras preocupaciones y ansiedades como Jesús nos aconseja en su enseñanza sobre la oración. Estas ansiedades son múltiples: los contratiempos diarios que se disipan con una buena noche de sueño, las pérdidas que siguen presentes cuando despertamos, y los patrones más profundos de nuestro carácter con sus raíces en la memoria pre-consciente. La sabiduría y el perdón comienzan su trabajo tan pronto como damos un paso atrás y dejamos de culpar al mundo, a nuestros padres o a nuestros enemigos, y nos damos cuenta de que nosotros somos el problema. El primer paso en un camino espiritual maduro puede llevar años. Sin embargo, una vez dado, somos capaces de discernir los diferentes niveles de sufrimiento e insatisfacción que debemos atravesar: aquellos que podemos manejar por nosotros mismos, aquellos para los que tenemos que buscar ayuda y aquellos que simplemente tenemos que trascender.
La meditación agudiza y acelera este discernimiento. En todas las tradiciones, la oración profunda, silenciosa y no conceptual se considera el corazón de la fe y abre la puerta a la unión con Dios. Los sufíes hablan del Dhikr o la remembranza de Dios, que se alcanza mediante la repetición del nombre de Dios. En su simplicidad, se dice que contiene todas las formas de oración y nos libera de toda confusión e incomodidad. El mandamiento de Jesús de amar a Dios, al prójimo y a uno mismo, y la urgencia de su tono, se traducen de manera similar en la atención plena con la que prestamos absoluta atención a Dios. Podemos entonces vender voluntariamente todo lo que tenemos en la pura alegría de encontrar el tesoro del Reino enterrado en nuestro corazón.
Sin embargo, las preocupaciones de la vida fácilmente nos abruman. Pueden hacernos egocéntricos, olvidadizos, insensibles, ignorantes y tontos. Olvidamos que Dios existe. Ignoramos las necesidades de nuestros vecinos. Perdemos la capacidad de asombro. Caminamos dormidos hacia la gracia. La ascesis, el trabajo espiritual, es la cura para los preocupados. Nos enseña a manejar los problemas y a vivir en libertad a pesar de ellos. Disuelve la dureza del corazón mientras nos volvemos más sensibles y receptivos, más abiertos a la belleza del mundo y a las necesidades de los demás, incluyendo a aquellos que agarran con avidez antes de pedir. La ascesis, como nuestra meditación dos veces al día, transforma la energía bloqueada en nuestro ego y en patrones negativos de pensamiento y comportamiento. Con sabiduría, llegamos a aceptar que en esta vida de preocupaciones nunca tendremos todo lo que queremos. Pero entonces, la liberación surge al aceptlema no reside en la falta de posesiones, sino en el deseo mismo.