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Carta 27 – Ciclo 2: La Compasión

Los Padres y las Madres del Desierto del Siglo IV, en cuyas enseñanzas Juan Casiano basó su obra, son también el fundamento de la Meditación Cristiana. John Main, nuestro fundador, redescubrió para nosotros esta forma de oración en los escritos de Casiano ‘Conferencias’, especialmente en los capítulos nueve y diez.

La virtud hacia la cual nos guió toda la obra espiritual de los Padres y las Madres del Desierto, fue la suprema virtud de la compasión; sólo el aumento en el amor hacia los demás se considera un signo confiable de crecimiento espiritual. El modo de vida del desierto llevaría a una total transformación del ser, una transformación hacia el fuego del Amor: el Abba Lot fue a ver al Abba José y le dijo: “Abba, dentro de mis posibilidades, digo mi pequeño oficio, ayuno un poco, oro y medito, vivo en paz y dentro de mis posibilidades purifico mis pensamientos. ¿Qué más puedo hacer?” Entonces el anciano se levantó y estiró las manos hacia el cielo, sus dedos eran como diez lámparas de fuego y le dijo: “Si lo deseas puedes convertirte en llama”. Dios, la energía Divina, es Amor. La meditación también nos llevará a experimentar este amor, profundamente, en nuestro interior y nosotros también seremos transformados por él.

Todo lo que los Abbas y las Ammas hicieron y enseñaron fue por compasión hacia aquellos que aún estaban atrapados por sus demonios: un hermano preguntó al Abba Sisoes, diciendo: "¿Qué debo hacer, abba, porque he caído? El anciano le respondió: ‘Levántate nuevamente’. El hermano dice, ‘Me levanté y caí nuevamente’. El anciano continuó: `Levántate nuevamente y vuélvete a levantar’. El hermano preguntó: ‘¿Hasta cuándo?’ El anciano respondió: ‘Hasta que la virtud o el pecado se hayan adueñado de ti’.

Su negativa a juzgar a los demás es también un signo de compasión. Ellos entendían que juzgar a los demás era en realidad el resultado de nuestras propias heridas sin curar, un comportamiento que podemos observar en nosotros frecuentemente. Además, se considera que esta tendencia surge de nuestro arraigado hábito de juzgarnos a nosotros mismos. Sólo cuando nos aceptamos tal cual somos, con nuestras carencias y todo, podremos aceptar y amar a los demás.

No sólo consideran que juzgar es dañino para la persona que lo hace, sino que además nuestro juicio inmoviliza a la persona en determinado comportamiento en un tiempo específico; no admite en el otro la posibilidad de cambio. Pero el cambio es siempre posible. Abba Xanthias dijo: ’El ladrón estaba en la cruz y fue justificado por una sola palabra; y Judas que fue contado entre los apóstoles perdió todo en una sola noche y descendió del cielo al infierno.”

La compasión es por lo tanto la verdadera base y fruto de sus prácticas y de la nuestra. Se considera que incluso es más importante que la oración. “Puede ocurrir que cuando estemos orando algunos hermanos vengan a vernos. Entonces debemos elegir, o interrumpir nuestra oración o entristecer a nuestro hermano al negarnos a contestarle. Pero el amor es más grande que la oración. La oración es una virtud entre otras, mientras que el amor las contiene a todas” (Juan Clímaco).

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