El Jesús que conocemos en los Evangelios es el mismo que experimentamos en las cartas de San Pablo, es decir, el Cristo resucitado. San Pablo no da ninguna explicación acerca de la vida de Jesús, ni tampoco existe en los Evangelios una estricta reseña histórica. Todos sabían, durante los tiempos de la Antigua Iglesia quién era Jesús, no necesitaban recalcar esos detalles. Seleccionaban episodios de la vida de Jesús que les servían para compartir su comprensión del significado de su vida y enseñanza con las comunidades que se reunían alrededor de ellos. San Pablo entendió todo esto a la luz del Cristo Resucitado, del Cristo Cósmico; San Mateo se dirigió especialmente a los seguidores judíos y San Juan se dirigió a los judíos helénicos, todo esto queda claramente demostrado por los ejemplos, símbolos e idioma que ellos tres usaron.
Los apóstoles no tenían dudas acerca de que Jesús existía realmente y que era verdaderamente humano y que sin embargo había resucitado. El Cristo resucitado y el hombre no son dos sino uno. Y esto es lo que nos importa. Jesús el hombre nos muestra en el ejemplo de su vida un camino hacia la unidad, un camino para trascender las insistentes demandas del ego y actuar por el ego o el Verdadero ser, según lo demanden las circunstancias. El nos muestra en su ejemplo de oración profunda un camino a la unidad y hacia la conciencia de nuestra conexión con la Realidad Divina. El Cristo Resucitado nos muestra que nosotros también sobreviviremos la muerte corporal y que aún en esta vida podemos experimentar la realidad de la dimensión espiritual.
No hay duda de que Jesús también tenía un ego. Después de todo, el ego es el instinto de supervivencia que nuestro Dios nos ha dado. Sabía cómo pararse y hacerse valer, cómo desaparecer para evitar situaciones peligrosas, cómo defenderse de la crítica injusta. Poseía toda la gama de las emociones humanas. Lo vemos actuando compasivamente, cuando se enfrenta con el sufrimiento de los que cura; es paciente, comprensivo y perdona a aquellos que han pecado. Existen momentos de ira, irritación, impaciencia y dolor. Lo vemos sediento, cansado, en agonía frente al destino que le aguarda, y sin embargo se rinde a la voluntad de Dios. Él tenía un ego, pero su ego no lo dominaba, él dominaba a su ego.
“Jesús tenía ego. De manera que el ego no es en sí mismo pecaminoso. Es el egoísmo, la fijación en el ego lo que lleva a olvidar y a traicionar a nuestro verdadero Ser. El pecado se da cada vez que se confunde al ego con el Ser verdadero” (Laurence Freeman, Jesús, El Maestro Interior´).
Planteó claramente su objetivo: “He venido para que puedan tener vida y vida en abundancia”. Hacemos realidad lo que El esperaba para nosotros viviendo desde nuestro Ser verdadero en armonía con un ego completamente integrado, conscientes de nuestro vínculo, nuestra interconexión con la realidad Divina. Esta comprensión es el fruto de la meditación, de la oración profunda. La clave es escuchar al Cristo que vive en nuestro interior, la esencia de Jesús el hombre, y escuchando con atención al espíritu de sus enseñanzas en los Evangelios.
“Quien bebe de mi boca será como yo, y yo mismo seré esa persona, y lo oculto será revelado a esa persona” (Evangelio de Tomás).