Reflexiones de Cuaresma 2022
¿Inmediatamente? ¿Después de la cena a la que invitó a Jesús en su casa? ¿Después de hablar con su contador? ¿Cuánto tiempo tardamos hasta que nos damos cuenta de la llamada que nos cambia la vida? Tal vez la oigamos de inmediato, pero de forma superficial, y luego, cuando desciende a un nivel más profundo de conciencia, estalla y le sigue la acción. Lo mismo ocurre con la meditación. Un meditador que lleva mucho tiempo meditando de repente comprendió: “Oh, ya veo, no tengo que pensar en el significado del mantra. En realidad, no tengo que pensar en nada, ¿cierto?”
Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. El, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. (Lc 5,27)
Todo lo que hacemos refleja el nivel de conciencia en el que estamos operando en ese momento. Parpadeamos constantemente o nos movemos hacia arriba y hacia abajo en la balanza. Esto configura nuestro sentido del bien y del mal y nuestra interpretación de la justicia. Es difícil para casi todo el mundo -pero no para todos- no ver que la invasión rusa de Ucrania está fuera de la escala de cualquier cosa razonable o justa. Ayer, de los 193 miembros de la ONU, 5 apoyaron la acción y 35 se abstuvieron. La mayoría, así como la fuerza, no significa lo correcto. Pero en ocasiones es abrumadoramente difícil negar el impacto que la injusticia tiene sobre nosotros y la mayoría, aunque carezca de poder, puede tener la razón.
La justicia absoluta no florece hasta que somos capaces de vernos a nosotros mismos en el otro y al otro en nosotros. Los padres y madres del desierto decían que éste era el signo de un verdadero monástico. Es un fruto que crece con la meditación a lo largo de los años. Hasta ese nivel de conciencia -en el que la alteridad y la compasión se vuelven irresistibles- nuestro sentido del bien y del mal puede ser muy subjetivo y falso. Luego hay un nivel más profundo en el que no sólo nos vemos a nosotros mismos en los que sufren y son maltratados, sino que nos ponemos en su lugar en el mayor grado posible. Cuando la gente se acercaba a Jesús para curarse, parece que no podía resistir la fuerza de la compasión que surgía en él hacia la persona que se lo pedía. Se sentía uno con ellos y el espíritu de unidad que fluía entre ellos era redentor.
La justicia sin igualdad es flagrantemente falsa. Esto se debe a que en el nivel más profundo de conciencia sabemos que todos somos iguales. La justicia exige que esto se refleje en todas las circunstancias, materiales y sociales. Los privilegiados que creen que su privilegio -disfrutado a expensas de los demás- está justificado, se convierten en agentes de la injusticia y la opresión. Lamentablemente son ellos los que dirigen las instituciones sociales de la justicia y los ejércitos.
Todos son iguales y todos son universalmente responsables. Sin embargo, Dios, que no tiene favoritos, está visiblemente presente del lado de los oprimidos y de todas las víctimas de la fuerza.
Simone Weil era una apasionada de la justicia y se oponía abiertamente a la fuerza y a la opresión, no sólo intelectualmente, sino de corazón y en su forma de vivir. Un rival reconoció de ella que “tenía un corazón que podía latir en todo el mundo”. La justicia requiere esa universalidad y esa pasión.