24 de febrero de 2024
Cuando dos personas se enamoran, como Anna Karenina y Vronsky en la reflexión de ayer, su lenguaje de amor es intensa y exclusivamente íntimo. Los demás pueden ver cómo lo hablan, porque la pareja no puede ocultar sus sentimientos el uno por el otro cuando otras personas están presentes, pero los demás no forman parte de su comunidad lingüística, son extraños.
Dios también tiene un lenguaje de amor. Podría describirse como un vocabulario de una Palabra a través de la cual la maravillosa diversidad creativa del todo sigue fluyendo y multiplicándose. Quien escucha esta Palabra creadora a través de cualquier pequeño o inmenso aspecto del mundo experimenta un nuevo tipo de intimidad con Dios. Esto se debe a que se ha abierto en nosotros una nueva conciencia de nosotros mismos, de donde venimos y hacia donde nos dirigimos en el viaje de nuestra existencia. Ser más conscientes de nosotros mismos significa descubrir una nueva cercanía a Dios. Pero pronto nos damos cuenta de que no se trata de cercanía. Es algo que habita dentro nuestro: "Yo en ellos y ellos en mí", como lo expresa Jesús en el evangelio de Juan. Es la unión.
Esta experiencia de morada íntima es la señal de que nuestro viaje existencial va por buen camino. La gran diferencia entre este lenguaje del amor de Dios y el amor del eros, es que es universal e inclusivo. Por eso el amor de Dios tiene su propio nombre - ágape - aunque éste incluye e integra el amor de eros y el amor de amistad. Quien ama vive en Dios, dice San Juan. En otras palabras, toda experiencia de amor, nos conduce a Dios, que es amor.
Gregorio Nacianceno dice que el lenguaje del amor de Dios incluye la belleza y el orden del mundo e incluso de la sociedad humana cuando está en sana armonía con la naturaleza. Pero también llama nuestra atención sobre el amor universal y aparentemente indiscriminado, sin prejuicios, que Dios tiene por la humanidad. Dios es como el sol que ilumina por igual a los buenos y a los malos. Dios es bondadoso con los ingratos y los malvados. Jesús concluye con el asombroso mandato de que aprendamos a amar como Dios ama.
El amor y la compasión son inseparables y para realizarlo necesitamos permitir que la primera expresión exclusiva del amor se abra y se libere para incluir a otros, como cuando una pareja tiene hijos. El amor fluye hacia y satisface las necesidades de los demás en compasión. Comenzamos sintiendo compasión por los heridos de nuestro propio bando, nuestra tribu, nuestro equipo, nuestro partido o nuestra religión. Pero por su origen ilimitado nos impulsa a cambiar de mentalidad para que la misma compasión se dirija hacia los enemigos, los extraños, incluso hasta los que nos infunden temor.
Esto es tanto, la más alta teología, como la visión más clara de la verdadera naturaleza y el pleno potencial del ser humano.
Laurence Freeman, OSB