Si malinterpretamos la meditación y no la vemos como oración, como una disciplina espiritual, sino como una forma de relajación, un modo de lidiar con el estrés de la vida, de escapar hacia nuestra imaginación y fantasías, podremos practicarla durante años sin que se produzca ningún aumento en nuestra comprensión ni ninguna transformación en nosotros. En realidad, el ‘ego’ bloqueará nuestro progreso y simplemente reforzará las ilusiones que tengamos de nosotros y de los demás. Más que ser un modo de llegar al auto-conocimiento se convierte en un modo efectivo de suprimir nuestras preocupaciones y nuestros pensamientos.
Además, en vez de tomarnos el tiempo para experimentar el silencio y la quietud abandonando nuestros pensamientos mientras meditamos, preferimos pasar el tiempo y usar nuestra mente racional para comprender intelectualmente la Realidad Superior hacia la que nos sentimos atraídos. Sin embargo, lo que la filosofía y la teología pronto nos enseñan es la limitación básica de nuestras capacidades racionales. Clemente de Alejandría (Siglo II) fue el primer Padre de la Iglesia Cristiana en expresar el pensamiento de que Dios estaba más allá de nuestra comprensión.
“Dios está más allá de todo. Él es inefable, está más allá de la palabra, más allá de todo concepto, más allá de todo pensamiento… Dios no está en el espacio, sino por sobre todo lugar y tiempo y nombre y pensamiento. Dios no tiene límites, no tiene forma, no tiene nombre”.
No existen respuestas correctas finales, las ideas con frecuencia contradicen y suplantan los intentos previos. Todas las teorías y teologías son limitados intentos personales de interpretación.
Lo más cercano que podemos llegar a la verdadera revelación y sabiduría es cuando la contemplación y la teología van de la mano. La Primitiva Iglesia era muy conciente de esto. ‘El que ora es un teólogo y un teólogo es el que ora’ (Evagrio). Sólo en la experiencia espiritual está el conocimiento verdadero de esta Realidad Suprema que se comunica en un nivel profundo. Pero como los místicos de todas las épocas y culturas lo han señalado, expresar las experiencias transpersonales utilizando el lenguaje - un modo de expresión poco confiable y limitado - es casi completamente imposible.
“Es imposible meditar en el tiempo y el misterio de un pasaje creativo de la naturaleza sin sentir una apabullante emoción por las limitaciones de la inteligencia humana” (Alfred Whitehead).
La clave es experimentar a través de la oración profunda y silenciosa. Tomás de Aquino es un ejemplo. Después de toda una vida de escribir y teorizar acerca de lo Divino, tuvo una experiencia espiritual que lo hizo comprender la inutilidad de nuestros intentos por racionalizar. Comprendió que todos sus escritos eran como “paja” y no escribió más.
La búsqueda del entendimiento es natural y loable. Pero es nuestro ‘ego’ el que ama teorizar sobre la Realidad Suprema y que siempre está fascinado por los intentos de los demás, incluso hasta el extremo de querer superarlos. Teorizar, filosofar, teologizar, es una actividad agradable y segura. Es un modo ideal de evitar el verdadero trabajo que debe hacerse. La meditación es el camino real hacia la experiencia de la Realidad Suprema.