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Ciclo 1 – Carta 48: La Importancia de la Preparación

Sabemos por experiencia que no es sencillo meditar. Y lo hacemos aún más complicado al esperar poder ser capaces de desconectarnos y profundizar en el silencio inmediatamente después de haber estado ocupados hablando por teléfono, escuchando la radio o mirando televisión. Escuchamos a Casiano recalcar que: “Como resultado del funcionamiento de la memoria, todo lo que nuestra mente estuviera pensando antes de nuestro tiempo de oración nos ocurrirá inevitablemente cuando oremos.” Debemos, por lo tanto, introducir un período de aquietamiento, para crear como un bolsón de silencio exterior que llegue en especial hasta nuestro período de meditación en la tarde. El continúa diciendo que “De ahí que debemos prepararnos antes del tiempo de la oración para ser las personas orantes que queramos ser.” Esa es la esencia: necesitamos ser una “persona orante” no solamente en el periodo que precede nuestra meditación y durante nuestra meditación sino en toda nuestra vida diaria. Esto implica una actitud diferente hacia la vida, simplificar nuestras necesidades y nuestros deseos, en otras palabras, simplificar nuestra vida en general, de manera que nada distraiga nuestra atención de lo divino.

Además de lo anterior, otra preparación esencial para la oración contemplativa es la purificación interior, lo que los Padres y las Madres del Desierto llamaron “pureza del corazón”. Para Casiano, como para su maestro Evagrio, la práctica espiritual involucra en gran medida la purificación de los “malos pensamientos” o como también lo llamaron la “limpieza de las emociones”. Con esta expresión quisieron significar el purificar los deseos egocéntricos personales. Las emociones desordenadas, que son causadas por el ego herido. Evagrio aconseja a sus discípulos redireccionar, educar y transfigurar estos deseos a través de la conciencia, de manera que ellos no estén más a merced de emociones desproporcionadas, que enturbian la percepción de la realidad y les impiden ver lo Divino.

Thomas Merton explica: “lo que los padres más buscaban era su propio ser en Cristo. Y para hacerlo, tenían que rechazar completamente el ser formal fabricado bajo la presión del mundo.” La meditación es la clave… nos lleva a comprender cómo nuestras heridas se manifiestan en nuestras necesidades compulsivas: nuestra avaricia, nuestra envidia, nuestro deseo de ser queridos, nuestro deseo de poder y control. La meditación es nuestra arma más importante, ya que atrae al Espíritu Santo, quien “se compadece de nuestra debilidad, y aunque somos impuros, con frecuencia viene a visitarnos. Si encuentra a nuestro espíritu rezándole con amor verdadero entonces desciende sobre él y disipa todo el ejército de pensamientos y razonamientos que lo acucian” (Evagrio). Por lo tanto, la oración/la meditación conduce en forma natural hacia la transformación y hacia la sanación del ego herido.

Como siempre, las enseñanzas de los Padres y de las Madres del Desierto estaban sólidamente basadas en las Escrituras. Jesús hace hincapié en que son nuestros pensamientos, o nuestros “malos” pensamientos los que nos impiden vivir en la Presencia de Dios: “Los malos pensamientos… todos proceden del corazón, y estas son las cosas que profanan a un hombre.” Destaca que se necesita nuestra purificación interior: “Limpien primero el interior de la taza, luego el exterior también estará limpio.” Al mismo tiempo se nos dice que cuando en verdad perseveramos, “la puerta se nos abrirá” (Mateo 7:8). Nos haremos concientes de la Presencia divina en nuestro corazón.

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