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Viernes Santo

Reflexiones de Cuaresma 2022

Los pensadores cristianos han relacionado durante mucho tiempo la Eucaristía con la Cruz: el Jueves Santo, cuando celebramos la Última Cena, y con el Viernes Santo, cuando el tema de la pérdida alcanza su culminación en la muerte de Jesús. Si relacionamos los dos episodios con la experiencia de la meditación podemos ver por qué ambos traen sanación a la condición humana. Comprenderemos por qué se dice que la Semana Santa es el “momento culminante de la historia de la salvación”.

Eucaristía significa acción de gracias y nos muestra cómo el agradecimiento es nuestra verdadera naturaleza, que surge de la alegría de ser más que de la satisfacción de tener. Se detiene nuestra costumbre de quejarnos siempre interiormente y de fijarnos solo en lo que nos falta. Descubrimos que la felicidad surge de ser agradecidos, en lugar de que el agradecimiento dependa de nuestra felicidad. Del mismo modo, podemos sentarnos a meditar atrapados en la ira, el descontento y la queja. Comenzamos a excavar a través de estas capas, que pueden tener muchos años de espesor. Sin embargo, decidimos pronunciar nuestro mantra, nada más, a través de las oleadas de negatividad o de los vuelos de fantasía. Soltamos lo viejo, lo dejamos morir, y el manantial de la alegría fluye de nuevo.

Esta pérdida voluntaria nos conduce a la pobreza de espíritu, a la autoaceptación y a la humildad que necesitamos para amar a Dios con el mismo amor con el que Él nos ama. La meditación pronto nos muestra que nosotros no nos enamoramos de Dios. Eso es una fantasía. Entramos en el amor de Dios. La meditación y la Eucaristía son curaciones complementarias y entonces, ¿cómo puede una persona que se siente curada no sentirse agradecida?

La Eucaristía siempre se ha considerado como una medicina para toda la persona. Al celebrarla, sentimos el cuidado y la atención del médico divino moviéndose dentro de una comunidad unida en koinonía. La confianza en un sanador hace que la curación se produzca a través de esa relación. Sin embargo, sin la pérdida que Jesús aceptó en la Cruz, no estaría presente en la Eucaristía, ni en el silencio de nuestro corazón en la meditación. No estaría disponible para la relación ilimitada que se hace posible gracias a la continua liberación de su espíritu.

Hoy, los cristianos de todo el mundo veneran la Cruz. Aquí en Bonnevaux nos arrodillaremos y la tocaremos como un humilde signo de reverencia ante su poder, que va mucho más allá de lo que podemos explicar. Se trata de algo más profundo que ver la Cruz sólo como un ejemplo trágico y noble de la integridad de la que los seres humanos rara vez son capaces. Con una percepción más sutil, este acto de veneración -un ligero beso o un dedo apoyado sobre la madera de la cruz- la reconoce como un evento en la historia que toca y sana la naturaleza humana hacia atrás y hacia adelante en el tiempo.

Y este gesto dice, trata de decir, mucho más de lo que las palabras pueden expresar. El largo silencio que sigue mañana es necesario. Lo que brota de ese silencio es el torrente de salud, de plenitud de vida, al que la curación nos devuelve, cambiando la forma en que vivimos, en que vemos todo y amamos.

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