John Main redescubrió la meditación, la fiel repetición de una frase corta o palabra que nos conduce al interior del silencio de la “oración pura”. Descubrió, para su profunda alegría, los escritos de un monje del siglo IV de nuestra era, Juan Casiano, quien había permanecido en diferentes ermitas en el desierto de Egipto en esa época, para aprender sobre la oración y sobre llevar una auténtica vida cristiana. Casiano enfatizaba que esta práctica llevaba al silencio de la oración pura, la oración contemplativa, sin palabras o imágenes. “La mente de esta manera descarta y reprime la rica y amplia materia de todo pensamiento y se restringe a sí misma a la pobreza de una única palabra". Continuaba subrayando la importancia del mantra. “El mantra debe estar siempre en vuestros corazones. Cuando vayan a dormir permanezcan repitiendo esta frase, hasta ser moldeados por ella y acostumbrarse a repetirla aun durante el sueño”.
La fiel repetición de la frase, simplemente repetir nuestra palabra, no es, no obstante, tan fácil como parece. Necesitamos prepararnos para este período: no podemos pretender estar totalmente focalizados en nuestra oración sin una cierta preparación previa. Cuando se le preguntó a John Main cómo deberíamos prepararnos para la meditación, dijo “por medio de muchos actos amables”. Debemos estar preparados mentalmente: tratar de meditar luego de una acalorada discusión con alguien, realmente no va a funcionar, ¿no es verdad? Nuestra vida ordinaria y nuestra vida de oración no están separadas: “de la manera que vives, esa es la manera que oras”, era una frase común entre los primeros cristianos.
En el mundo en que vivimos, nuestras vidas tienden a ser ocupadas y estresantes. Si descubrimos que estamos verdaderamente muy cansados, sería aconsejable que tomáramos una siesta antes de concurrir a nuestro grupo de meditación. Practicar algunos ejercicios de estiramiento de yoga, o algunos movimientos de Tai Chi también ayudará a que la energía vuelva a fluir. De otra manera, lo único que estaremos haciendo será “dormitar santamente”, y aunque eso está muy bien suele estar acompañado por el dulce sonido del ronquido. Los ronquidos y otros sonidos que escuchamos durante la meditación, pueden en realidad ser una excelente práctica para desapegarnos de cuestiones externas, retornando gentilmente y focalizándonos en nuestra palabra. Los ruidos en general no nos perturban realmente, en tanto y en cuanto no nos irritemos con ellos. Simplemente necesitamos aceptarlos tal cual son. Sin juzgar, sin criticar.
La razón por la cual nos sentamos con la espalda erguida y nuestros hombros hacia atrás y relajados, es que esta posición también nos ayuda a mantenernos despiertos: nuestro pecho está libre y abierto, de manera que podamos respirar bien y que el oxígeno pueda fluir libremente por todo nuestro cuerpo, manteniéndonos alerta. Relajarnos y dormirnos – aunque sea muy necesario - no es en realidad el punto de la meditación; la atención focalizada necesaria para la meditación es en realidad una forma de permanecer alertas y energizados. Puede ayudarnos comenzar la sesión con algunas respiraciones profundas desde el abdomen, lo que nos relaja y al mismo tiempo nos energiza. La tarea esencial de la meditación es “permanecer en la palabra”. Ese es nuestro foco. La palabra que John Main recomendaba es “marantha”. Es la oración aramea cristiana más antigua, el lenguaje que habló Jesús. La repetimos en cuatro sílabas iguales Ma-ra-na-tha. No es de mucha importancia si usamos el inglés “th” o el sonido “t”. La pronunciación no es tan importante. Simplemente necesitan recordar que al orar a Jesús pronunciamos su nombre de forma diferente en cada uno de los idiomas del mundo, pero eso no altera la efectividad de nuestra oración. Es más, en arameo sus amigos y familiares lo habrían llamado Yeshua. Lo importante es que repitamos nuestra palabra con total atención, amorosa y fielmente. Cuando los pensamientos nos distraigan, simple y gentilmente deberemos traer nuestra mente de vuelta a la palabra. A algunas personas les es de utilidad que la palabra flote con el ritmo de la respiración, pero si eso nos causa distracciones, simplemente focalízate en tu palabra y repítela con la velocidad que mejor te acomode.
Nota: “Una perla de Gran valor” del Padre Laurence Freeman es de mucha utilidad cuando comenzamos con un grupo.