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Ciclo 5 – Carta 40: La atención y el desapego

Las cualidades esenciales para la meditación son la «atención» y el «desapego». Estas cualidades parecen ser opuestas, pero en realidad son complementarias. Necesitamos saber cuándo «cuidar y no cuidar» (T. S. Eliot – Miércoles de Ceniza). Necesitamos enfocarnos cuidadosa y fielmente en nuestro mantra y dejar atrás temporalmente nuestros pensamientos y cuidados. Estas cualidades, a su vez, se extienden a nuestra vida ordinaria. Necesitamos saber, cuándo es importante enfocar nuestra atención en algo para cambiar posiblemente las cosas y cuándo ignorar lo inevitable. Así aprendemos a aceptar la vida como es, no como nos gustaría que fuera. Aprendemos a no apegarnos a nuestras opiniones sobre cómo deberían ser las cosas. Y lentamente aprendemos a dejar ir. Al hacerlo, descubrimos que lo que estamos dejando es algo que sólo pensábamos que necesitábamos oqueríamos. En las Meditaciones sobre el Tarot, un profundo estudio del pensamiento cristiano, recomendado por el P. Bede Griffiths OSB, que utilizó los Arcanos Mayores de las cartas del Tarot como arquetipos en torno a los cuales el autor anónimo reflexiona sobre la profunda comprensión de la espiritualidad cristiana, se hace una clara distinción entre «concentración desinteresada”, es decir, «concentración sin esfuerzo» y «concentración interesada», «concentración con esfuerzo»:

Un monje absorto en la oración y un toro enfurecido están, el uno y el otro, concentrados. Pero el uno está en la paz de la contemplación mientras que el otro se deja llevar por la rabia. Las pasiones fuertes se realizan, por lo tanto, como un alto grado de concentración… pero no se trata de concentración sino de obsesión… La verdadera concentración es un acto libre en la luz y en la paz. Presupone una voluntad desinteresada y desapegada.

La concentración interesada implica un esfuerzo de la voluntad. Si pides a los niños que se concentren, fruncen el ceño y puedes ver que su cuerpo se tensa. La concentración desinteresada no requiere esfuerzo y tiene un elemento de juego. Un niño absorto en el juego olvida todo lo demás y cuando se le llama ni siquiera escucha su nombre. Es esta actitud juguetona y sin esfuerzo la que necesitamos, la que nos permitirá aceptar lo que es, nos liberará de la distracción y unificará nuestra mente, ayudándonos a concentrarnos totalmente en lo que está a nuestro alcance. La historia que Paulo Coelho cuenta en el prólogo de su libro Manual del Guerrero de la Luz ilustra maravillosamente la diferencia entre la concentración y la atención sin esfuerzo:

Una mujer sabia y hermosa le sugiere a un chico que vaya a visitar un templo. No puede encontrar el templo en absoluto. Cuando preguntó a los pescadores de la zona, le dijeron que el templo estaba sumergido en el mar después de un terremoto hacía mucho tiempo y que sólo las campanas se podían oír a veces. El chico se sienta en la playa intentando con todas sus fuerzas, pero sin éxito, escuchar estas campanas. Pierde el interés en cualquier otra cosa, pone toda su voluntad en el esfuerzo de escuchar. Además, ahora sueña con encontrar un tesoro escondido bajo las olas. Lentamente apaga todos los sonidos naturales a su alrededor, fijo en su deseo de descubrir el templo y sus riquezas, pero en vano. Finalmente decide rendirse. Caminó hasta el océano para decir adiós. Miró una vez más el mundo natural que le rodeaba y, como ya no le preocupaban las campanas, pudo volver a sonreír ante la belleza de los gritos de las gaviotas, el rugido del mar y el viento que soplaba en las palmeras. A lo lejos escuchó el sonido de sus amigos jugando y se alegró al pensar que pronto reanudaría sus juegos de la infancia. El niño estaba feliz y – como sólo un niño puede – se sentía agradecido por estar vivo. Entonces, como estaba escuchando el mar, las gaviotas, el viento en las palmeras y las voces de sus amigos jugando, también escuchó la primera campana. Y luego otra. Y otra, hasta que, para su gran alegría, todas las campanas del templo de los ahogados estaban sonando.

Sin esfuerzo, sin intentarlo, sin querer lograr nada, pero aceptando lo que es, escuchamos el silencio y nos convertimos en el silencio: «La música se escucha tan profundamente que no se escucha en absoluto, pero tú eres la música mientras dure la música» (T.S. Eliot). Sólo la aceptación de uno mismo, incluyendo nuestros pensamientos, y todo lo que nos rodea, lleva al silencio, y el silencio a su vez lleva al conocimiento de la verdadera realidad y a la verdad de nuestro propio ser.

Kim Nataraja