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Miércoles de Ceniza

Reflexiones de Cuaresma del P. Laurence Freeman OSB

Las puertas y las ventanas siempre me han maravillado. Muchas veces no puedo resistirme a sacarles una foto, incluso cuando en realidad son muy comunes y corrientes. Pero cualquier cosa ordinaria se convierte en maravillosa cuando capta tu atención repentinamente, de manera inesperada y luego miras dos veces o incluso lo contemplas. No se explican racionalmente pero parecen devolver la atención que les das.

Por eso pensé en utilizar esta foto de una puerta que está lo suficientemente abierta como para mostrarnos lo que hay al otro lado. En este caso, es un océano calmado del mismo color del cielo claro y azul que lo cubre, ambos fundiéndose en el horizonte. Los horizontes no son más que ilusiones en la mente del observador porque cuando vemos con la claridad del corazón, no hay horizonte, sólo unidad.

Al comenzar estos 40 días de Cuaresma podemos pensar habitualmente en renunciar a algo. Por lo general, algo a  lo que seamos incluso ligeramente inconscientemente adictos, como el azúcar, y hacer algo adicional. Suele ser algo que creemos que deberíamos hacer más, como meditar. Es bueno si se hace como una actividad infantil que nos recuerde que somos polvo y en polvo nos convertiremos. Las cenizas dibujadas en nuestra frente como un tatuaje temporal nos dicen que estamos hechos de tierra y pertenecemos al reino animal. Pero también nos recuerda que nuestro corto viaje en la vida es hacia y más allá de cada horizonte. Somos luminosos y conscientes y capaces de grados de amor cada vez mayores.

En el Evangelio de hoy, Jesús nos enseña a renunciar a algo y hacer algo. Tenemos que renunciar a la autoconciencia del intérprete o del observador de preocuparnos por lo que Dios u otras personas piensan de nosotros. Esta preocupación típica del ego nos bloquea del asombro y cierra la puerta de la conciencia. Así que en esta Cuaresma, ¿por qué no nos detenemos cada vez que empezamos a dejarnos controlar por el deseo de quedar bien o de ser admirados? Jesús también nos dice que hagamos algo, que entremos en nuestra habitación interior, cerremos la puerta y recemos allí a la clara luz de Dios. Entonces nos fusionamos.

Cuando sentimos asombro, renace lo ordinario. La Cuaresma es la celebración de lo ordinario. Todo lo que tenemos que hacer es volver al presente. Si estamos tristes, es señal de que estamos viviendo en el pasado consumidos por nuestros pensamientos y recuerdos. Si nos sentimos ansiosos, estamos viviendo en el futuro. Pero si estamos en paz con nosotros mismos y con los demás, la tristeza y la ansiedad se superan y nos encontramos en el momento presente. No debemos volver la vista atrás a experiencias pasadas de paz intentando recuperarlas. Tampoco debemos posponer la labor de volver al presente hasta que hayamos resuelto nuestros problemas y nos hayamos asegurado contra lo peor.

Tanto si renunciamos a algo y hacemos algo adicional, o no, hacemos por encima de todo algo que nos lleva a la paz y beneficia a los demás: la práctica de la presencia de Dios.

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