Siéntate. En quietud y con la espalda derecha cierra suavemente tus ojos. Siéntate relajado pero alerta. Silenciosa e interiormente, comienza a repetir una única palabra. Recomendamos la oración-frase Maranatha. Escúchala a medida que la repites, gentil pero continuamente. No pienses ni te imagines nada, espiritual o de otra clase. Si sobrevienen imágenes y pensamientos, solo serán distracciones durante el tiempo de la meditación. De manera que simplemente retornes al mantra y a repetir tu palabra. Medita durante veinte o treinta minutos cada mañana y cada tarde.
“Inmóvil y con la espalda derecha” no es tan fácil como parece.
Nuestro cuerpo ha adquirido malos hábitos en cuanto a lo que se refiere a la postura. No obstante, una posición erguida con nuestra espalda tan recta como sea posible, es importante. Asegúrate que tus hombros están caídos y relajados. Esto, combinado con la espalda derecha, asegurará un pecho abierto, con la cantidad necesaria de oxígeno circulando en todo nuestro sistema, ayudándonos, de esta manera, a no dormirnos. No importa realmente si nos sentamos en una silla o en posición de loto, siempre y cuando nos permita mantener nuestra posición confortablemente durante todo el tiempo de nuestra meditación. Nuestros pies deberán estar firmemente plantados en el piso, de manera que nuestra posición sea de arraigamiento.
“La postura es un signo exterior de nuestro compromiso interior a la disciplina de la meditación… al arraigarnos en nosotros mismos nos arraigamos en nuestro lugar en la creación” (John Main).
John Main también recomendaba sentarse “con las palmas hacia arriba o enfrentadas con los dedos pulgar y anular unidos”. En la tradición Oriental tocarse los dedos pulgar y anular se considera una parte importante de la circulación de energía alrededor de todo el sistema. Pero es al mismo tiempo una excelente manera de mantenernos alerta: cuando nuestra atención haya decaído notaremos que nuestros dedos ya no se tocarán. Sentarse en quietud y permanecer en un lugar es verdaderamente el primer obstáculo en la disciplina de la meditación. Porque también estamos acostumbrados a estar permanentemente en movimiento, haciendo cosas y reaccionando a estímulos del exterior, y el permanecer en quietud sin hacer nada en particular puede parecer una tarea intimidante e inusual.
El estado de inquietud está en nuestros genes: nuestros antepasados pertenecieron todos a las tribus migratorias. Y un bebé es un excelente ejemplo de ello. Todo padre o madre sabe que un bebé quejoso se quedará quieto con el movimiento: mecer la cuna, pasearlo en brazos o llevarlo a caminar en un carrito o sillita. Al tratar de permanecer en quietud, de permanecer en un lugar, vamos en realidad en contra de la corriente. Permitirle a nuestro cuerpo permanecer en quietud, dándole permiso para no hacer nada, es el primer paso para contrarrestar esta tendencia a la impaciencia. Solo perseverando, lograremos que esta urgencia por movernos y hacer cosas se aquiete y seremos conscientes de las ventajas de la quietud y el silencio. Los Padres y Madres del Desierto, en quienes se basa la meditación, enfatizaban la importancia de permanecer en un solo lugar:
“Un hermano en Scetis fue a pedir un consejo al Abad Moisés y el anciano le dijo: “Ve y siéntate en tu celda y tu celda te enseñará todo”.
Una vez que se haya disipado de nuestro cuerpo la inquietud, esto se transferirá a nuestra mente, como lo veremos en la próxima lección.Siéntate. En quietud y con la espalda derecha cierra suavemente tus ojos. Siéntate relajado pero alerta. Silenciosa e interiormente, comienza a repetir una única palabra. Recomendamos la oración-frase Maranatha. Escúchala a medida que la repites, gentil pero continuamente. No pienses ni te imagines nada, espiritual o de otra clase. Si sobrevienen imágenes y pensamientos, solo serán distracciones durante el tiempo de la meditación. De manera que simplemente retornes al mantra y a repetir tu palabra. Medita durante veinte o treinta minutos cada mañana y cada tarde.
“Inmóvil y con la espalda derecha” no es tan fácil como parece.
Nuestro cuerpo ha adquirido malos hábitos en cuanto a lo que se refiere a la postura. No obstante, una posición erguida con nuestra espalda tan recta como sea posible, es importante. Asegúrate que tus hombros están caídos y relajados. Esto, combinado con la espalda derecha, asegurará un pecho abierto, con la cantidad necesaria de oxígeno circulando en todo nuestro sistema, ayudándonos, de esta manera, a no dormirnos. No importa realmente si nos sentamos en una silla o en posición de loto, siempre y cuando nos permita mantener nuestra posición confortablemente durante todo el tiempo de nuestra meditación. Nuestros pies deberán estar firmemente plantados en el piso, de manera que nuestra posición sea de arraigamiento.
“La postura es un signo exterior de nuestro compromiso interior a la disciplina de la meditación… al arraigarnos en nosotros mismos nos arraigamos en nuestro lugar en la creación” (John Main).
John Main también recomendaba sentarse “con las palmas hacia arriba o enfrentadas con los dedos pulgar y anular unidos”. En la tradición Oriental tocarse los dedos pulgar y anular se considera una parte importante de la circulación de energía alrededor de todo el sistema. Pero es al mismo tiempo una excelente manera de mantenernos alerta: cuando nuestra atención haya decaído notaremos que nuestros dedos ya no se tocarán. Sentarse en quietud y permanecer en un lugar es verdaderamente el primer obstáculo en la disciplina de la meditación. Porque también estamos acostumbrados a estar permanentemente en movimiento, haciendo cosas y reaccionando a estímulos del exterior, y el permanecer en quietud sin hacer nada en particular puede parecer una tarea intimidante e inusual.
El estado de inquietud está en nuestros genes: nuestros antepasados pertenecieron todos a las tribus migratorias. Y un bebé es un excelente ejemplo de ello. Todo padre o madre sabe que un bebé quejoso se quedará quieto con el movimiento: mecer la cuna, pasearlo en brazos o llevarlo a caminar en un carrito o sillita. Al tratar de permanecer en quietud, de permanecer en un lugar, vamos en realidad en contra de la corriente. Permitirle a nuestro cuerpo permanecer en quietud, dándole permiso para no hacer nada, es el primer paso para contrarrestar esta tendencia a la impaciencia. Solo perseverando, lograremos que esta urgencia por movernos y hacer cosas se aquiete y seremos conscientes de las ventajas de la quietud y el silencio. Los Padres y Madres del Desierto, en quienes se basa la meditación, enfatizaban la importancia de permanecer en un solo lugar:
“Un hermano en Scetis fue a pedir un consejo al Abad Moisés y el anciano le dijo: “Ve y siéntate en tu celda y tu celda te enseñará todo”.
Una vez que se haya disipado de nuestro cuerpo la inquietud, esto se transferirá a nuestra mente, como lo veremos en la próxima lección.