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Sábado después del Miércoles de Ceniza

Las puertas abiertas pueden ser acogedoras, pero también aterradoras si no sabes lo que hay al otro lado. Un momento traumático de mi infancia fue entrar en una habitación, poner la mano en la pared para encender la luz y sentir que otra mano fría cubría la mía. Todas las películas de terror que había visto me recorrieron el cuerpo y descubrí lo que significa que se te pare el corazón, quedar congelado por el miedo. Mi amigo no podía contener la risa.

Del mismo modo, las nuevas oportunidades, las puertas que se abren a nuevas estancias en el transcurso de nuestras vidas, pueden llenarnos de esperanza, pero también de ansiedad o pavor. Las puertas cerradas desde fuera pueden parecer que nos excluyen fríamente. Desde dentro, la misma puerta puede otorgarnos seguridad y paz. Jesús nos dice que entremos en la habitación interior, lo que significa que primero tenemos que abrir y atravesar la puerta, lo que requiere tiempo, valor y perseverancia. ¿Qué podemos encontrar en este espacio secreto de nuestro interior? Tenemos que pasar por el inconsciente para identificar, luego abrir y atravesar la puerta de nuestro corazón para acceder a la habitación interior. Estas etapas pueden llevar años porque el corazón es mucho más profundo que el inconsciente.

En el Chandogya Upanishad encontramos una descripción de lo que encontramos en esta habitación interior:

Hay en nuestro corazón un diminuto espacio y, sin embargo, es tan grande como este vasto universo. Los cielos y la tierra están, el sol, la luna y las estrellas; el fuego y el relámpago y los vientos están; y todo lo que ahora es y todo lo que no es; ya que todo el universo está en Él y Él habita dentro de nuestro corazón.

No la mano de un fantasma, sino la amplitud de todo el espacio. El cuerpo es la ciudad de Dios, por eso se nos insta a amar y honrar nuestro cuerpo. El Katha Upanishad nos habla más de lo que habita en esta habitación interior y, sin embargo, está ahí sin desplazar a nadie más: en la habitación sin ocupar espacio.

Ese ser, del tamaño de un pulgar, habita en lo más profundo del corazón. Es el señor del tiempo, del pasado y del futuro. Una vez que se ha llegado a él, ya no se teme más. Él, verdaderamente, es el Ser inmortal.

El origen de la mayor transformación humana está siempre en el encuentro interpersonal. Encontrarnos con un ser no sólo personal, sino interior, puede sonar como el sobresalto que tuve de niño cuando una mano invisible y extraña cubrió la mía en la oscuridad. No obstante, no nos llena de miedo. Nos libera del miedo para que el inmenso otro se conozca íntimamente como el otro yo mismo, el amigo buscado a través del tiempo y encontrado en el presente.

Laurence Freeman

Traducción: Elba Rodríguez, WCCM Colombia

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