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Tercer Domingo de Cuaresma

Juan 4: 542

Una dirección de la religión es hacia arriba, trascendiendo este mundo a un reino de claridad y libertad impresionantes más allá de las limitaciones de la mente y la materia. La mayoría de las religiones se atascan en estas limitaciones y quedan atrapadas en otra dirección. La segunda dirección está hacia abajo, hacia la cultura humana. Las religiones forman instituciones, creencias y sistemas simbólicos que son útiles solo mientras proporcionen la resistencia necesaria para la trascendencia. De ahí las contradicciones inherentes de la religión.

En nuestro tiempo, la religión misma está siendo transformada por la crisis que la humanidad está atravesando. La agitación interna de la Iglesia Católica refleja lo que está sucediendo en todas las instituciones cristianas y en las culturas circundantes. Algunos problemas clave reprenden y se convierten en intensos campos de batalla, particularmente la sexualidad y las mujeres. Sin embargo, las fuerzas de estas dos direcciones de la religión se están reconciliando. Cualquier otra cosa que se esté resolviendo, está remodelando una religión patriarcal en una con una visión de la humanidad basada en la igualdad y no en las jerarquías de poder desactualizadas.

Otras religiones, como el budismo y el Islam, están pasando por revoluciones similares. Mientras lo hacen, todas las religiones pueden unirse de una manera sin precedentes. La cultura humana será transformada. En lugar de competir, encontrarán comunión en la dirección más grande y común de la trascendencia. Las religiones tienen una conciencia mística central de la que emergen, pero también olvidan rápidamente, cayendo presas del egoísmo colectivo del poder y la polarización. Al recuperar la fuerza trascendente, dentro de sí misma, cada religión descubre que es —asombrosamente— una en la misma fuerza que cualquier otra religión.

Un día caluroso Jesús caminaba con su comunidad cuando alrededor del mediodía se cansó y se sentó al lado de un pozo. Sus discípulos lo dejaron para ir a comprar comida. Una mujer Samaritana, que probablemente no era dominada por ningún hombre, llegó al pozo. Los Samaritanos y los Judíos eran enemigos religiosos jurados.

Él le pide cortésmente un trago de su pozo. Esta ruptura de las normas culturales, él hablando con una mujer soltera y ella siendo Samaritana, quedó asombrada. Ello da a lugar a una conversación en la que pronto llegan a un profundo reconocimiento mutuo. Ella se refiere a la inmensa brecha religiosa entre ellos y él responde que se acerca la hora en que las personas verdaderamente religiosas trascenderán todas sus divisiones. Llegará la hora – ‘de hecho, ya está aquí’, añade – 

Cuando los verdaderos adoradores adoren al Padre en espíritu y en verdad. Y ese es el tipo de adorador que el Padre quiere. Porque no es cultura, no es una figura religiosa, sino ‘Dios es espíritu’.

Este extraordinario encuentro lleva a Jesús a confesarle abiertamente a ella, extranjera y mujer, como a nadie más, quién es él, el Mesías: ‘Yo soy el que te habla’. Para un cristiano esto es muy conmovedor y revelador. Pero creo que para cualquier persona con una mirada espiritual, esta conversación afirma la verdad de la unidad de la humanidad que espera ser descubierta más allá de la religión y la cultura en el espíritu. 

¿Cuándo se hará realidad? ¿Estamos en el nacimiento de una nueva manifestación de esta verdad? Lo estamos si elegimos estarlo. El momento está llegando pero, de hecho, ya está aquí. 

Laurence Freeman

Traducción: Gabriela Howson, WCCM Argentina

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