Es usual en el idioma de la mística – que es más como el idioma del dormitorio que como el de la sala de conferencias – hablar del desapego. El desapego de todo nos lleva más que nada al libre disfrute pero solo después de habernos mostrado que no somos nada. La aniquilación, lo que el Sufismo llama fana, el fallecimiento o la aniquilación total del ser, es el pequeño precio a pagar para darnos cuenta que no somos nada. Veremos la totalidad de esta inquietante perspectiva mejor el Viernes Santo. Entonces, permitamos que la Cuaresma nos prepare.
Para experimentar este conocimiento místico se necesita un contenedor de varios tipos, que una tradición espiritual apoyada por una creencia religiosa casi siempre provee. En la actualidad, en nuestra era secularizada, desconfiada e individualista, ambas son raras y problemáticas. La mayoría de nosotros queremos encontrar unión, ilustración, nirvana y a Dios, y casi siempre damos el primer paso. Son los siguientes pasos los que forman un camino espiritual más profundo que nuestro propio deseo y mucho más grande que nuestro ego. Sin embargo, tan pronto como olemos fana o a la Cruz, nos tentamos de dejarnos vencer por nuestras fallas y volver corriendo al lugar de partida.
Junto con la cabra comiendo el camino, veamos cómo podemos encarar este desafío. Los místicos dicen que debemos soltar las imágenes y los objetivos de vida que frenan la realización física o emocional: una pareja buena , un ingreso bueno, una salud buena, y un precio bajo en boletos de avión. Dicen que estas imágenes deben ser reemplazadas por imágenes que encontramos de Dios en la “imaginación” de la escritura y otras enseñanzas espirituales. Nos esperan, por ejemplo, en las palabras y las historias de Jesus que traducen el misterio de Dios, que está mucho más allá de nuestro entendimiento, al misterio de la existencia humana, con la que estamos bastante familiarizados. En segundo lugar, después de estas imágenes sagradas, la iglesia o sangha ofrece “prácticas” religiosas: rituales, devociones, “sacramentales” grandes y pequeños. Con ambos, las imágenes y estas prácticas, todavía hay deseo; pero el deseo espiritual es una forma diferente y más elevada de deseo. Cambia nuestro estilo de vida y nuestros valores. Podemos elegir un retiro semanal en lugar de una semana en centros comerciales, una peregrinación en lugar de un paquete turístico, una donación a la caridad en lugar de una inversión libre de impuestos.
En las manos de los Cristianos moralistas, el desapego puede torcerse para convertirse en el odio al cuerpo, el rechazo al sexo y a otros placeres naturales, y buscar a Dios puede convertirse en un cazador de safari persiguiendo a un hermoso animal como trofeo. Esta mala lectura del desapego desfiguró y dañó gravemente a la firma cristiana. Sin embargo, en manos de los místicos, la imaginación espiritualizada nos desliga de un nivel bajo de fantasía. Nos prepara para lo que el gran místico medieval Jan van Ruusbroek llama “la esencia sin imagen” de Dios. Jesus lo llama “Padre” o “reino de Dios”.
En las Bienaventuranzas, al desapego se lo llama pobreza de espíritu. Es el camino por el desierto hacia el oasis de la verdadera felicidad que nos espera en el Reino de Dios. No es barato pero es un regateo. La gran pregunta es, ¿cómo lo encontramos en nuestras tempestuosas vidas? En el idioma económico, tal vez, como un balance entre la austeridad y la inversión.
Laurence Freeman
Traducción Giovanna Biglia, WCCM Argentina