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Jueves de la primera semana de Cuaresma

Tengo algo para confesar. Los engañe, o por lo menos a algunos de ustedes. La foto que tomé esta semana de la cabra comiendo el camino en la Cordillera canadiense de hecho no es una cabra, sino que es una oveja canadiense o de cuernos grandes. Me gustaría agradecerle al meditador de Alberta que me corrigió. A decir verdad, es una afortunada falla porque el punto de la reflexión era decir que el juicio y la separación de las ovejas y las cabras en el evangelio de ese día no es la imagen completa o la última palabra. Puede sonar preocupantemente dualista y punitivo a pesar de que la diferencia entre las ovejas y las cabras en la parábola se trata del nivel compasivo de respuesta al sufrimiento y a la necesidad de otros. (“Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos?”)

Sugiero que hay una etapa más allá de esta separación crítica en el amor de Dios que abarca todo y no es punitivo, que proporciona de igual manera a los buenos y a los malvados. A la mente meramente moralista y dualista no le gusta para nada este tipo de Dios o la oración que nos despierta a Él. Este amor crea una transformación de los dos en uno. Las cabras se convierten en ovejas y las ovejas se encuentran en las cabras. Tal vez el momento de esta unidad está siempre a la vuelta de la curva del camino, pero no podemos verlo hasta que tropieza con nosotros.

El poder que afecta esta conciencia unificada y metanoia es la misma gracia que apoya y nos empuja hacia el desapego. Vivimos y nos movemos en la gracia como en la atmósfera de la tierra que es un sobre que contiene todos los gases que necesitamos para sobrevivir. Lo damos por sentado, pero, conscientes o no, con cada respiración y movimiento lo recibimos como un regalo gratuito. Todo lo que hacemos es recibirlo incluso cuando no sentimos la gratitud. El agradecimiento se despierta cuando entendemos.

Una pareja joven que se prepara para casarse puede tener diferentes tipos de espiritualidad. Sin embargo, pueden compartir un profundo sentido unificador del misterio de su amor y las extrañas coincidencias y patrones que los llevaron a conocerse y amarse de forma lo suficientemente profunda como para ver el ser de uno en el otro. Al volver al interior como la experiencia salvaje, el desierto, quiere que hagamos, encontramos en ese inagotable espacio interno tan grande como el cosmos eterno, el “amor que mueve el sol y otras estrellas”. 

El corazón humano hambriento y agobiado por la guerra encuentra la paz al ver que la paz más allá del entendimiento siempre está ahí. Al principio entrega de manera parcial una nueva forma de felicidad. Sin embargo, en el desierto del Sahara las temperaturas nocturnas bajan un promedio de 42 grados Celsius. Como descubrieron los místicos, Dios también es un desierto sin imágenes al que tenemos que aprender a adaptarnos. La adaptación es metanoia de la que no podemos prescindir ni controlar. En ocasiones es una montaña rusa de desolación y consuelo, elevación y caída en picada. El gran poeta del viaje interno, George Herbert, describe esto en uno de los poemas ingleses más hermosos, La flor:

Éstos son tus prodigios, poderoso Señor,

Matar y revivir, 

hundir en el infierno 

Y exaltar al cielo en sólo una hora

Convertir a la cabra, a la oveja y a nosotros en uno es trabajo duro ¿Todavía pensamos que la meditación solo se trata de reducir estrés?

Laurence Freeman 


Traducción: Giovanna Biglia, WCCM Argentina

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