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Miércoles de la quinta semana de Cuaresma

Existe una expresión francesa “pensée d’escalier” – un pensamiento de escalera – que evoca un descubrimiento creativo e inesperado que llega justo un poco tarde para ser útil, pero que a pesar de esto, sigue siendo muy bienvenido. Por ejemplo, estás en una conversación muy importante donde los participantes más ingeniosos están haciendo gala de su ingenio y no puedes seguirles el ritmo. Al salir del evento y bajar las escaleras, se te ocurre la brillante respuesta que deberías haber dado. Toma forma de la nada. Se concibe.

Pontormo muestra el momento de la concepción de María mientras sube las escaleras. La “concepción” precede al nacimiento. El significado original es “agarrar” y ocurre en ambas dimensiones, la mental y la física. Es comprender al nivel más profundo que donde antes algo que no existía, comienza a existir y a tener una historia. Cada concepción, cada acto de creación o nacimiento expone la realidad de dimensiones diferentes a las que hemos domesticado en rutinas y que damos por hecho. Al hacerse visibles, nos invitan a ver la superposición transparente de estas innumerables perspectivas; y así la vida vuelve a ser misteriosa, no solo una sucesión de problemas por resolver. La palabra “misterio” proviene de una raíz que significa cerrado o secreto, algo revelado a los iniciados. Experimentar la concepción, donde algo realmente surge de la nada, es como ser guiado hacia algo, ser iniciado. No como una cruel iniciación estudiantil, sino como una bienvenida a una comunidad con un número incontable de puertas, cada una llevando a otra. (“La meditación crea comunidad”).

El nacimiento es tangible. Pero la concepción surge primero en la más profunda soledad, en el silencio que primero nos hace sentir la presencia como una ausencia. Nunca nadie ha visto a Dios. Sin embargo, la Palabra de Dios nos lo ha dado a conocer, lo ha vuelto comprensible, aunque nunca como a un objeto. Es una imaginación, imaginativa pero no imaginaria. Porque la meditación nos lleva a esta soledad y silencio sin imágenes, libera el potencial creativo en todos nuestros diferentes niveles. Con el tiempo, nos sorprendemos a nosotros mismos con una nueva libertad, la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

En nuestra época los niveles de creatividad están peligrosamente bajos. La responsabilidad de nuestros líderes es fomentar las condiciones en las que las personas puedan comprender la concepción, el nacimiento y la libertad a lo largo de su ciclo de vida. Para esto, es indispensable que ellos también lo experimenten. Si nunca miran hacia adentro, pierden la transparencia de las cosas y colapsan en el reino imaginario del ego, deslumbrados por imágenes de poder, fama y riqueza. Eventualmente, sus concepciones erróneas forman una ilusión de inmortalidad, una negación radical de la realidad. Pronto esto solo puede ser alimentado, como una adicción, destruyendo otras vidas, arrasando ciudades, desplazando niños.

Las antiguas seguridades ilusorias que justificaban nuestra adicción a la producción insostenible y el consumo que destruye el alma se están desmantelando ante nuestros ojos. Ya había sucedido antes, aunque nunca a esta escala. No sabemos cómo sostener las ruinas.

Ya está el hacha puesta junto a la raíz de los árboles. Por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se arroja al fuego. 

La multitud le preguntó: “Entonces, ¿qué debemos hacer?” Juan respondió: “El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene ninguna, y aquel que tenga comida, que haga lo mismo.” (Mt 3:10)

Juan el Bautista es el primer monje de la nueva época, concebido por Jesús y todavía está naciendo.

Laurence Freeman OSB

Traducción: Ramón Bazán, WCCM México

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