Cuando San Benito escribió La regla benedictina, pocas personas en su sociedad estaban alfabetizadas. Sin embargo, insistió en que los miembros de su comunidad debían leer y en particular tener un libro que leerían con especial atención durante la Cuaresma. La lectura en ese entonces habría sido más lenta y más comunal. Cualquiera que leía lo hacía en voz alta, murmurando las palabras por lo bajo casi imperceptiblemente, ya que esto facilitaba la división del texto sólido en la página. Si las personas hubiesen leído en proximidad física, habría sonado como una colmena ocupada. Una vez lo experimenté en una gran habitación de lectura repleta de gente con judíos ortodoxos que estudiaban la Biblia junto al Muro de los Lamentos en el Templo Precinct en Jerusalén. Estaban tan enfocados que ni siquiera notaron al intruso entre ellos.
La lectura es una manera diferente de aprender que viendo YouTube. La alfabetización es una habilidad que se aprende, como la oración, mitad activa, mitad pasiva. Hay un sentido más fuerte de encuentro íntimo con la conciencia interior del escritor. No importa que tenían puesto cuando anotaron sus procesos internos de pensamientos, como se veían o su acento. Al leer, nos encontramos con otra mente – tal vez muerta hace mucho pero todavía viva en las palabras – lo que nos llama a salir de nosotros mismos en un acto de centrar la atención en el otro. Podemos responder o no estar de acuerdo mientras saboreamos y reflexionamos sobre sus palabras y estilo, pero, en primer lugar, tenemos que escuchar lo que dicen más que lo que pensamos. Entonces, la buena lectura es un paso adelante hacia la oración pura.
Me estoy preparando para una serie de sesiones online más adelante este año sobre cómo leer textos sagrados. Es una forma particular de leer que puede rendir grandes frutos espirituales. Tenemos que leer la escritura siendo conscientes de que el significado no solo está en las palabras, sino que también en “los espacios en blanco entre las palabras” y en la manera en la que nuestro corazón-mente responde a ellos. Alguien con una práctica contemplativa seria puede tener la ventaja de sentir cómo las palabras expresan su propia experiencia inexpresable de silencio en la meditación. En el siglo quinto, Casiano, uno de los grandes maestros de San Benito, a quien conoció a través de la palabra escrita, dijo que el meditador “penetra el significado” de la escritura no sólo a través del texto escrito, sino también “con la experiencia como guía”. El lector contemplativo se convierte en el autor de lo que está leyendo, comprendiendo el significado, directa e intuitivamente.
La “sagrada escritura” puede ser un estímulo para la metanoia. Tiene un efecto transformador en una mente que ya fue entrenada por una práctica contemplativa, como un mantra. Se libera el poder espiritual de las palabras y evita que se conviertan en objetos de culto fundamentalista que pueden malinterpretarse para reforzar mentes ya establecidas y no dispuestas a cambiar.
Se comparó a la escritura y a otras prácticas con una balsa que nos lleva al otro lado de la costa. En un conocido Sutra, el Buda dice “monjes, el Dhamma se parece a una balsa, cuyo propósito es cruzar las aguas y no ser poseída.” Ayer alguien trajo esto a mi atención al decir que ellos sentían que la escritura es como un manual, valioso por mostrarnos cómo, cómo ser o cómo actuar, pero no la vida, no el ser o el hacer en sí mismo. Un dedo que señala la luna, pero no la luna.
Laurence Freeman
Traducción: Giovanna Biglia, WCCM Argentina