La vida humana no es monótona. Tampoco lo es la interminable actividad del universo, allá arriba y muy lejos, de la que tanto oímos hablar. Tampoco lo es la vida del microcosmo invisible que vive dentro de nosotros. Sin embargo, hay momentos en los que puede parecer un trabajo tedioso que nos niega lo que necesitamos: comida, refugio, justicia, compañía o un buen trabajo. Cuando sentimos que la existencia es un trabajo pesado sin sentido, como les ocurre a muchos hoy en día, un cambio de percepción y la apertura del corazón pueden convertir el “trabajo pesado en algo divino”. Tenemos que solo mirar a través del cristal por el que estamos mirando con mentalidad estrecha al cristal. Tal vez estamos esperando que aparezca un mensaje en el cristal como si fuera una pantalla. Comprobar compulsivamente nuestros teléfonos es como mirar al cristal en lugar de a través de él.
No se nos pide que miremos a Jesús preguntándole “¿qué harías ahora, qué dirías, a quién votarías?”. Esas son preguntas que podríamos hacer mirando a alguien en la pantalla con quien nos conectamos por “zoom”. En cada capítulo de su historia, sus cuarenta días en el desierto, su iluminación en la montaña, su pasión, muerte y resurrección, miramos a través de él para verle como es realmente ahora. Entonces comprendemos cómo estamos en una unión indescriptible con él, en un viaje en él, con él, a través de él.
El malestar del sinsentido en nuestra fase consumista y tecnocientífica de la historia humana es desmoralizante. Las creencias y valores compartidos, la fe o los miedos que nos mantenían alineados con algún tipo de moral que frenaban la locura de algunos líderes se han desintegrado. ¿Qué nos mantiene unidos como humanidad, que nos hace sentir avergonzados de invadir otro país y lavar el cerebro de nuestra propia gente para que crea que la víctima es el agresor? ¿Qué sentido encuentra un adolescente en las noticias del mundo? ¿Dónde quedaron los valores éticos de los negocios y la política? ¿Por qué suelen salir elegidos los peores candidatos? ¿Cómo se puede alegar la aprobación divina para negar la educación y la igualdad a niñas y mujeres? El vacío moral de nuestro tiempo convence a muchos de que la vida no sólo es injusta, sino esencialmente carente de sentido.
Sin embargo, buscamos sentido incluso en los desiertos. Sin embargo, el mero hecho de buscarlo puede ser una trampa que aumente la desertización. La búsqueda de sentido, al igual que la búsqueda de la felicidad, nos induce a pensar que tenemos que hacer algo para encontrar la respuesta o la teoría que capte el sentido. No podemos alcanzar activamente el sentido, sólo crear las condiciones para que aparezca.
Digamos que el sentido es conexión. Piensa en esto recordando lo insignificantes y miserables que nos volvemos cuando nos vemos desconectados. Buscar activamente el sentido, convertirse en un obsesivo que no puede dejar de intentarlo, sólo aumenta nuestra desconexión.
Por supuesto, la búsqueda activa forma parte de una vida responsable. Pero la parte más profunda del sentido es rendirse ante nuestra impotencia para encontrarlo. En la liberación que sigue, se revela la conexión en los niveles más profundos. El poder de la no acción, (que no debe confundirse con la inacción), nos llena de un poder diferente. Esta es la gran apuesta en nuestra conexión con la realidad, en la meditación, poner todo lo que poseemos en la no-acción.
Cuando los egipcios perseguían a los israelitas después de haber abandonado la esclavitud y haber llegado hasta el Mar Rojo, el pueblo elegido se arrepintió de haber optado por la libertad. Le pidieron a Moisés que los devolviera. Al menos tendrían puerros, cebollas y WiFi. En este momento crítico, su líder les dijo: “El Señor luchará por vosotros. Sólo tenéis que estar quietos”.
Laurence Freeman
Traducción: Eduardo de la Fuente, WCCM Argentina