“Por eso les digo: No se inquieten por su vida pensando qué van a comer y beber, ni por su cuerpo pensando qué van a vestir. Con seguridad la vida vale más que la comida y el cuerpo más que el vestido” Mateo 6:25.
“Nuestro propósito es permanecer en silencio en el momento presente, en el momento de la realidad, del encuentro con el Dios que es “Yo soy”. Y sin embargo, en cuestión de segundos estamos pensando en ayer, haciendo planes para mañana o tejiendo ensueños y deseando se nos cumplan los deseos en el reino de la fantasía. “Busquen primero el Reino y su justicia y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana, el mañana se inquietará por sí mismo” Mateo 6:33.
La enseñanza que hace Jesús de la oración es simple y pura, incisivamente sabia y llena de sentido común. Sin embargo, parece estar lejos de nuestra capacidad para practicarla. ¿Se estaba dirigiendo en realidad a la gente común?
El descubrimiento de nuestras distracciones superficiales requiere de humildad. De este modo, nos ayuda a recordar que es un descubrimiento universal, ¿por qué otra razón Casiano recomendaría el mantra (lo llamó “fórmula”) hace mil seiscientos años? Más aún, nuestra propia época ha aumentado el problema de la distracción natural con la enorme masa de información y estímulos en la que debemos movernos cada día, tratando de absorberla y clasificarla desde el momento en que prendemos la radio a la mañana hasta cuando apagamos el televisor por la noche.
Ante este descubrimiento es fácil descorazonarse y alejarse de la meditación: “no es mi clase de espiritualidad. No soy del tipo disciplinado. ¿Por qué mi tiempo de oración debería ser otro tiempo de trabajo?” Con frecuencia este desaliento vela un sentimiento recurrente de fracaso e insuficiencia, el lado débil de nuestro dañado y auto desestimado ego, “No soy bueno para nada, ni siquiera para meditar”.
Lo que necesitamos por sobre todo en esta etapa inicial es la comprensión del significado de la meditación y el anhelo que viene del nivel más profundo de la conciencia en el que parecemos estancados. Es aquí en el comienzo, donde encontramos, aunque aún no nos demos cuenta de ello, la incitación de la gracia. Viene desde afuera de nosotros en la forma de enseñanza, tradición, amistad espiritual, e inspiración. Desde nuestro interior, llega como la sed intuitiva de una experiencia más profunda. Cristo, quien como Espíritu no se encuentra más dentro de nosotros que fuera de nosotros, parece empujar desde afuera y tirar desde adentro.
Ayuda entender claramente desde el principio cuál es el significado y el propósito del mantra. No es una varita mágica que vacía la mente o enciende a Dios, es una disciplina, “que comienza en la fe y termina en el amor”, que nos lleva a la pobreza del espíritu. No decimos el mantra para luchar contra las distracciones sino para ayudarnos a sacar de ellas nuestra atención. El primer gran despertar es simplemente descubrir que somos, aunque sea de manera muy pobre, libres de colocar nuestra atención en otro lugar. Es el principio de la profundización de la conciencia que nos permite dejar las distracciones en la superficie, como olas en la superficie del océano. Aún en las primeras etapas del viaje estamos aprendiendo la verdad más profunda a medida que abandonamos nuestros pensamientos religiosos y también nuestros pensamientos de todos los días: no es nuestra oración lo que nos importa, sino la oración de Cristo
Laurence Freeman OSB (Extracto de “Volver a casa. Manual de Recursos”