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Carta 18 – Ciclo 2: La ira

Los Padres y las Madres del Desierto y los Místicos de todos los tiempos señalan que la práctica fiel y comprometida en mantener la atención concentrada en la meditación / oración lleva a una conciencia más amplia. Sin embargo, esto comienza con una mayor conciencia de nuestro ego herido y de cómo su condicionamiento bloquea nuestra conciencia espiritual de la Presencia de Cristo. Nos damos cuenta de lo automática que es nuestra respuesta a un estímulo emocional. Además, con frecuencia olvidamos que la causa se encuentra en nuestro interior.

“Un hermano se sentía inquieto en la comunidad y con frecuencia montaba en cólera. Entonces dijo: “Iré a vivir solo a algún lado. Y dado que no podré hablar o escuchar a nadie, estaré tranquilo y mi ira apasionada cesará.” Se fue a vivir solo a una cueva. Pero un día llenó su jarra de agua y la puso en el piso. Sucedió que de repente ésta se cayó. La llenó nuevamente, y cayó nuevamente. Y esto ocurrió una tercera vez y entonces furioso la levantó y la rompió. Al volver a apaciguarse, supo que el demonio de la ira se había burlado de él y dijo: “Volveré a la comunidad.” Dondequiera que vivas necesitas esfuerzo y paciencia y sobre todo la ayuda de Dios”.

Esta historia nos enseña que la conciencia nos ofrecerá la elección de no reaccionar de la manera habitual. Cuando el silencio de periodos regulares de meditación nos permite escuchar la voz interna e intuitiva del yo en vez del parloteo superficial del ego, la comprensión se abre en las raíces condicionadas de nuestra conducta presente. Nos damos cuenta de que estas respuestas ciegas estaban determinadas en un momento y lugar particular y que con frecuencia ya no son importantes. Una actitud de desapego del comportamiento del ‘ego’, un quedarse ligeramente distante, crea un espacio entre el estímulo y la respuesta, un espacio en el que se puede elegir cómo reaccionar. Esta es la verdadera libertad. Podemos abrirnos paso a través de la implacable inevitabilidad de las elecciones. Los moldes rígidos pueden aflojarse, las estructuras defensivas habituales pueden removerse y una respuesta creativa libre es posible, mediante la meditación.

Como el monje en la historia, nuestras respuestas habituales más fuertes son con frecuencia la ira o la depresión - el resultado de reprimir la ira. Esto se refleja en la detallada enseñanza de la Tradición de Desierto acerca del ‘Demonio de la Ira’. Los ermitaños del desierto consideraban que la única manera de lidiar con la respuesta automática de enojo a los insultos de los demás era la virtud de la humildad de la que hemos estado hablando. Lo que me recuerda una historia Zen: “Un ermitaño que vivía en un bosque cerca de una villa, se encontró un día con que una enfadada turba de lugareños lo culpaba de haber embarazado a una joven. “¿Es así?” fue todo lo que dijo. Tomó a la joven y la cuidó. Después de algún tiempo la joven regresó a la villa y confesó a sus padres que les había mentido, el hijo de un vecino, al que amaba, era el padre. Los lugareños regresaron con el ermitaño y se disculparon sinceramente, contándole la historia. Todo lo que él dijo fue: “¿Es así?”

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