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Viernes después del Miércoles de Ceniza

16 de febrero de 2024

En cierta ocasión, Dios dio a ese grupo heterogéneo de personas, que apenas comenzaban a ser una tribu, que caminaban por el desierto, rebelándose hoy, arrepintiéndose mañana, una elección sencilla: la vida o la muerte. Les asustó y les centró (durante un tiempo). En nuestros días, la elección es menos religiosa: aburrimiento o asombro.

Nuestra ansia de novedades y nuevos estímulos se extiende a todos los aspectos de la vida cotidiana. No podemos abarcarlo todo e intentarlo es nauseabundo. La codicia, para los maestros del desierto, era la fantasía de poder, de poseer y controlar todo, lo que evidentemente es imposible. Pero las fantasías imposibles a menudo controlan nuestro comportamiento, la gula es distinto a la codicia. En la tradición del desierto era el intento absurdo de llenar nuestro ego con todo lo que fantaseábamos tener, el consumo excesivo hasta el punto de vomitar o dañar nuestro hermoso planeta. También cambia nuestra forma de pensar.

Medimos el significado y los valores mediante el análisis económico y, cada vez más, ¿qué, no se reduce al pensamiento cuantitativo? Hay un programa informático para casi todo lo esencialmente humano, incluso para la compasión y la terapia. Cuantifica lo humano deshumaniza y embrutece nuestras mentes y corrompe nuestra visión del mundo. Marco Schloremmer, un reputado investigador de IA de nuestra comunidad, me dijo hace poco que es el lenguaje que utilizamos sobre la IA lo que provoca nuestro pavor y ansiedad al respecto. Los ordenadores no aprenden. No tienen memoria. No eligen. La IA no es inteligente. Sólo hacen lo que les programamos.

Si las convertimos en nuestros nuevos ídolos y les transferimos nuestro poder interior, no hacemos más que repetir la idolatría ridiculizada por el salmista (Sal 115):

Sus ídolos son de plata y oro, hechos por manos humanas.

Tienen boca, pero no pueden hablar, ojos, pero no pueden ver.

El peligro no está en el ídolo, sino en nuestra disposición a subordinarnos, de ver la conciencia y el bienestar humano como inferior o irrelevante. En sus años de vagar, los que escapaban de la esclavitud a menudo se deprimían y aburrían, y fabricaban ídolos para consolarse. La idolatría fracasa y acaba por aburrirnos hasta la muerte. La opción por la vida no suele ser cómoda, pero nunca es aburrida.

La meditación se practica en el espíritu de la Cuaresma durante todo el año. En estos días podemos entender por qué. Meditar es una elección y hace la elección por la vida. No siempre es fácil, cómodo ni conveniente. Es repetitivo, pero nunca aburrido.

Laurence Freeman