25 de marzo de 2024
Hoy, en la Anunciación, celebramos la verdadera festividad de la encarnación, nueve meses antes del Día de Navidad. Debe ser uno de los eventos más frecuentemente imaginados y representados en la historia humana: un ángel apareciendo ante una joven, probablemente entre catorce y diecinueve años. (La Julieta de Shakespeare tenía trece). El ángel le dijo que no temiera, sino que había sido elegida para concebir un hijo, a quien llamarían Jesús. María dio su consentimiento y abrió su voluntad a la de Dios con una fórmula muy sencilla: Aquí estoy... Hágase según tu palabra. La concepción ocurrió en su entrega al ser 'cubierta' por el Espíritu Santo.
Esta historia nos ofrece una simplicidad mítica que las mentes modernas y racionalistas encuentran tan desafiante como la magia y cualquier visión post-racional de la realidad. Nos preguntamos si verdaderamente deseamos entenderla. Al escucharla por primera vez, debemos mantenernos abiertos, sin desecharla como "meramente un cuento de hadas", y escucharla una y otra vez hasta que el asombro reemplace nuestro escepticismo. Quizás, para nosotros, el punto de enfoque no debería ser imaginar la belleza del ángel, sino más bien concentrarnos en el dilema existencial de María. Su rápida transición desde el escepticismo racional - '¿cómo puede ser esto?' - hasta la total entrega personal de 'Aquí estoy; soy la sierva del Señor; que se haga según tu palabra.' (Lc 1:26-38).
Atender a esto es más respetuoso y efectivo que tratar de deconstruir las palabras o imaginar 'qué, si acaso, realmente ocurrió'. Los textos sagrados en todas las tradiciones resisten firmemente este tipo de tratamiento e insisten en cambio en que nos entreguemos a una forma de desconocimiento si deseamos entender. La tierna y poderosa belleza de las pinturas de la Anunciación que se encuentran en iglesias y galerías de todo el mundo nos ayuda a confiar en la historia como un canal de verdad sagrada sin que aún la comprendamos.
No deberíamos conmemorar la Anunciación durante la Semana Santa, así que hay otro evangelio que describe a María de Betania, su hermana Marta y su hermano Lázaro, a quien Jesús resucitó de entre los muertos, acogiendo a Jesús en una cena una semana antes de su muerte. María, símbolo de la contemplación, destapa una botella de perfume muy costoso, "aceite de nardo". El nardo estaba asociado con un aroma agradable, pero también con sus propiedades como sedante y hierba medicinal. María unge los pies de Jesús con el ungüento; y él defiende su gesto cuando Judas la ataca por desperdiciar algo valioso que podría haber sido vendido y dado a los pobres.
Ambos evangelios desafían la comprensión exclusivamente racional. Pero también ambos son como una llave que abre la mente a la inteligencia del corazón. Esto trae una ampliación de nuestra carpa, que es el espacio cerrado de la conciencia y nuestra forma de juzgar todo, hasta que descubrimos, a través de la belleza o el amor, con palabras o silencio, que cada uno de nosotros tiene dentro de sí la capacidad de ver más allá de la superficie de las cosas y confiar en la profundidad desconocida. "No podemos crear experiencia, debemos experimentarla".
Laurence Freeman, OSB.