Para los Padres y las Madres del Desierto las relaciones humanas eran fundamentales para vivir en la presencia de Cristo. El Abba Juan el Enano dijo: “Una casa no se construye de arriba hacia abajo. Debes comenzar desde la base para llegar arriba”. Ellos le preguntaron: “¿Qué significa esto?” Él contestó: “La base es nuestro prójimo, al que debemos ganar, y por ahí debemos comenzar. Todos los mandamientos de Cristo dependen de éste.”
En nuestro mundo actual la mayoría de nosotros parece haber perdido de vista este importante fundamento de nuestra vida. Tendemos a vivir como si fuéramos independientes, empujando a los demás, tratando de hacernos un lugar. Es interesante observar cómo en la actualidad algunos científicos están cambiando nuestra visión de la realidad. En la Física Cuántica los experimentos han probado desde un principio que los electrones están en movimiento continuo – no solamente interactuando con otras partículas sino también con un vasto océano de energía que los sostiene a todos. La existencia de este principio conector, esta fuerza llamada Energía del punto cero, fue ignorada por considerársela irrelevante para las aplicaciones prácticas de la ciencia cuántica y fue dejada afuera de las ecuaciones. Actualmente los científicos interesados en las implicaciones filosóficas de la teoría cuántica, están volviendo la atención hacia ella. El descubrimiento de este campo cuántico constituye una prueba definitiva de que todos estamos interconectados y que somos parte de la red de la vida con la creación y el cosmos, ya que nosotros también estamos hechos de átomos y sus constituyentes esenciales, los electrones. Nosotros también somos paquetes de energía cuántica interrelacionándonos e intercambiando información con este mar de energía.
Esto no solo es cierto a nivel de la energía, sino que también la conciencia está muy involucrada. David Bohm, un destacado físico cuántico dijo: “En las profundidades de la conciencia de la humanidad, la conciencia es una”. Nuestro sentido de separación es una ilusión creada por el ego y el hemisferio izquierdo del cerebro enfocado en la supervivencia. Somos partes valiosas interconectadas de un todo.
Si realmente aceptáramos este pensamiento, cambiaría toda nuestra actitud hacia la familia humana y hacia el planeta. Cada cosa que hacemos tiene efecto en el todo. Lo que les sucede a los demás nos sucede a nosotros. Debemos sacar la atención de nosotros, y la meditación es la disciplina para lograrlo.
Debido a su vida de oración contemplativa, los ermitaños del Desierto experimentaban concientemente esta interconexión y para ellos la virtud mayor era deshacerse de todos los deseos personales, lo que los llevaba a darse a sí mismos con amor siguiendo los pasos de Cristo. “San Antonio había rezado al Señor para que le mostrara a quién era igual. Dios le había dado a entender que todavía no había llegado al nivel de cierto zapatero de Alejandría. Antonio dejó el desierto, y se dirigió a ver al zapatero y le preguntó cómo vivía. El le contestó que donaba la tercera parte de su ingreso a la Iglesia, la otra tercera a los pobres, y se quedaba con el resto. No le pareció a Antonio nada extraordinario ya que él había dado todas sus posesiones y se había retirado a vivir en el desierto en absoluta pobreza. De manera que no era allí donde residía la superioridad del hombre. Antonio le dijo: `El Señor me ha enviado a ver cómo vives’. El humilde comerciante, que veneraba a Antonio, le confió entonces el secreto de su alma: `No hago nada especial. Solamente, mientras trabajo miro a los que pasan por la calle y digo: ‘Para que ellos puedan ser salvados, yo, y solamente yo, pereceré´”.