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Carta 11: El verdadero desapego

En los siglos posteriores al florecimiento de la oración mística entre los ermitaños del desierto, quedaron resumidas las reglas esenciales de su estilo de vida en tres virtudes muy vinculadas: pobreza, castidad y obediencia.

Hemos visto la importancia de la obediencia y cómo se interpretaba con un sentido mucho más amplio del que solemos darle. Su verdadero significado es el de «escuchar atentamente». Las otras dos virtudes tampoco estaban sujetas a una interpretación literal. La virtud de la pobreza, según la visión de los ermitaños, contrasta con nuestras tendencias consumistas tan profundamente arraigadas y también con el apego a nuestro estatus y bienes materiales. Los ermitaños sabían que este apego provenía del «falso yo que construimos en el mundo, el ego con sus necesidades de estima, poder y control». Las necesidades y tendencias humanas realmente no han cambiado a lo largo de los siglos.

Además, las posesiones a menudo son motivo de preocupación y conflicto: Abba Teodoro tenía en su celda tres buenos libros. Fue a ver a Abba Macario y le consultó: «Tengo tres buenos libros, que son para mí de gran ayuda; otros monjes también quieren leerlos y, así, recibir también ayuda de ellos. Dime, ¿qué debo hacer?» El anciano dijo: «Leer libros es bueno pero no poseer nada es mucho más valioso». Cuando escuchó esto, se fue, vendió los libros y le dio el dinero a los pobres.

La pobreza realmente abarca una actitud amplia de desapego. Así, incluye dejar ir nuestros pensamientos, la convicción de que nuestras opiniones son las correctas y el conocimiento adquirido. Hace algún tiempo leí el siguiente dicho: «Si quieres cambiarte a ti mismo, cambia tus opiniones». Los ermitaños del desierto habrían agregado que no sólo necesitamos cambiar de opiniones sino también alejarnos de ellas para evitar conflictos. Comprobamos continuamente a nuestro alrededor la importancia que tiene este desapego en la relaciones con los demás

Incluso la actitud del ayuno que solemos asociar con los Padres y Madres del Desierto es también una forma de pobreza, de desapego. El ayuno no sólo está relacionado con la comida sino con todos los aspectos de la vida. Incluso podríamos considerar la soledad como un ayuno de impresiones sensoriales y distracciones sociales y el silencio como un ayuno de sonidos y palabras. la castidad tiene que entenderse en términos más amplios. No hay duda de que se relaciona con el deseo sexual. Hay varias historias sobre ermitaños que tienen que enfriar sus pasiones con baños de agua fría. Pero es más que eso. A lo que realmente se refiere la castidad es a la pureza mental, a renunciar al impulso de utilizar a otras personas para satisfacer nuestras propias necesidades y propósitos sensuales y materiales y, por tanto, a la necesidad de poder y control sobre los demás. La castidad realmente denota una actitud de pureza y desapego en todas las facetas de la vida, conquistando así al demonio de la codicia y la envidia.

La compasión hacia uno mismo y hacia los demás es tanto la fuente como la culminación de estas tres virtudes. La forma de vida del desierto conduciría a una transformación total del ser, una transformación en el fuego del Amor: Abba Lot fue a ver a Abba José y le dijo: «Abba, hasta donde puedo, hago mis tareas: Ayuno un poco, rezo y medito, vivo en paz e intento purificar mis pensamientos. ¿Qué más puedo hacer?». Entonces el anciano se levantó y estiró las manos hacia el cielo; sus dedos se convirtieron en diez lámparas de fuego y entonces, le dijo: «Si quieres, puedes convertirte en llamas». La chispa Divina que hay dentro de cada uno de nosotros puede arder en el fuego del Amor, la energía Divina, transformando totalmente todo nuestro ser y nuestro comportamiento.

Todo lo que hicieron y enseñaron los Abbas y las Ammas fue por compasión hacia aquéllos que todavía estaban atrapados por sus demonios: Un hermano le preguntó a Abba Sisoes: «¿Qué debo hacer, Abba, porque he caído?» El viejo respondió: «Levántate de nuevo». El hermano le dijo: «Me levanté y volví a caer». El anciano continuó: «Levántate una y otra vez». El hermano preguntó: «Y ¿hasta cuándo?». El anciano respondió: «Hasta que seas capturado por la virtud o por el pecado». No vemos ninguna crítica o juicio en estas palabras, sólo una profunda aceptación amorosa de la naturaleza humana.

Todos nos beneficiaríamos si adoptáramos una actitud más «desapegada» y abandonáramos nuestros deseos tan dominados por el ego. Los ermitaños del desierto estaban convencidos de que su actitud era la correcta para todos. San Juan Crisóstomo decía: «Cuando Cristo nos pide que sigamos el camino angosto, se dirige a todos. El monástico y el laico deben alcanzar las mismas alturas. Los que viven en el mundo, aunque estén casados, deben parecerse a los monjes en todo lo demás. Estás completamente equivocado si crees que se requieren unas cosas de la gente común y otras de los monjes».

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