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Miércoles de la Tercera Semana de Cuaresma

Reflexiones de Cuaresma 2022

Tengo un suéter de punto de lana muy bonito que hace años que conservo y al que le he cogido mucho cariño. Me queda bien y es cálido pero sin que sea pesado. No pienso mucho en él, pero me resulta muy familiar. Advierto que estarás de acuerdo.

Hace poco lo llevaba puesto y un amigo lo miró. Pensé que iba a decir ‘qué bonito suéter’. Pero me dijo “ese suéter está muy sucio”. Me ofendí un poco, porque ¿a quién le gusta que le digan que lleva la ropa sucia? Pero lo miré de otra manera y admití que tenía razón. Lo había llevado demasiado a menudo para recoger leña para mi estufa en la isla de Bere.

Lavar ciertos tipos de ropa es un misterio para mí y he tenido varios desastres: piezas favoritas que salían de un lavado demasiado caliente y que ahora sólo son aptas para duendes. Pero sabía que tenía que lavarlo y lo hice con mucha precaución. Lo dejé secar no muy cerca de un calefactor. No se encogió, pero las manchas seguían ahí.

Mientras lidiaba con esta crisis doméstica, pensé en la meditación como un lavado de la mente. Quizá sea esto lo que simbolizaba originalmente el ritual del bautismo por inmersión. Es diferente, como dije el otro día, del lavado de cerebro. El lavado de cerebro no es un lavado, es una mancha. La meditación consiste en lavar las manchas dejadas por la propaganda o el auto-engaño que no vemos hasta que alguien o algo nos hace conscientes de ellas.

Hay un arte y una ciencia en la purificación de la mente, al igual que en el lavado de la ropa. Hasta que no hayamos aprendido lo básico, no debemos sorprendernos si las manchas no desaparecen a la primera o incluso a la quincuagésima lavada. Pero se reducen y nos sentimos más limpios en la práctica, ya que un jersey también tarda en volver a su estado original. Ser consciente de la existencia de la mancha es el primer paso necesario.

Hablando de este profundo tema con mi amigo me dio la razón y me recomendó un quitamanchas para añadir al lavado, cosa que aún no he hecho. Me contó que hace unos años había llevado a la tintorería una manta blanca que le gustaba mucho, junto con ropa normal. Cuando la recogió, la manta estaba coloreada y la ropa descolorida. La tienda se negó a asumir la responsabilidad, por lo que se embarcó en un largo y paciente camino de frecuentes re-lavados. Esto ayudó finalmente a restaurar la blancura de la manta, “un blanco deslumbrante, más blanco de lo que nadie en el mundo podría blanquear”, si se entiende la referencia.

¿Quién necesita reflexiones diarias con lecciones como éstas que constantemente provienen de la vida cotidiana?

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