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Ciclo 2 – Carta 6: Obediencia

El primero de los votos benedictinos, es el de “la obediencia”. La raíz de esta palabra viene del latín ob-audiens, que significa “escuchar con mucha atención”. Los Cristianos del Desierto eran obedientes, escuchaban atentamente a Dios, a sus mandamientos, los cuales en el desierto fueron las Beatitudes del Sermón de la Montaña, y a su Abba o Amma, padre o madre espiritual. “Uno de los Ancianos dijo que Dios pide dos tipos de obediencia a los monjes y las monjas: que obedezcan la Sagrada Escritura y que obedezcan a sus Padres y Madres espirituales”.

El objetivo de escuchar profundamente es silenciar las instigaciones del “ego”, nuestra propia voluntad, y aprender a escuchar a la “vocecita calma” de lo más profundo de nuestro ser, la voluntad de Dios para nosotros. Por lo tanto, la obediencia está estrechamente unida con las virtudes de la pobreza y de la humildad, conocer tu necesidad de Dios y ser conciente de tus limitaciones. La esencia de la meditación también es escuchar atentamente, escuchar nuestro mantra sonando en nuestro interior. Recordemos lo que dijo John Main: “Es en este momento cuando nuestra meditación realmente comienza… en vez de decir o hacer sonar el mantra, comenzamos a escuchar envueltos en una atención cada vez más profunda” (John Main, De la palabra al silencio).

Silenciando nuestros pensamientos, prestando atención y abandonando nuestras imágenes condicionadas, ambos productos frecuentes de nuestras heridas emocionales, trascendemos nuestro ego, la parte conciente de nuestro ser. Entonces, con el tiempo, podemos permitir que nuestro verdadero ser, la chispa Divina en nuestro interior, impregne nuestros pensamientos y nuestras acciones. Esta es la atención, que es la esencia de la oración. Como resalta Evagrio: “Cuando la atención busca a la oración, la encuentra. Ya que, si algo marcha en el tren de la atención, es la oración, entonces debe ser cultivada.”

La misma atención debe prestársele a las Escrituras. En el siglo cuarto había todavía una cultura oral y las Escrituras se leían en voz alta en las reuniones semanales – las Synaxis. Era esencial prestar atención. “El anciano decía: “¿Dónde se encontraban tus pensamientos, mientras estábamos leyendo la synaxis, que la palabra del salmo no llegó a ti? ¿No sabes que estás en presencia de Dios y hablándole?” Después de haber escuchado las Escrituras los monjes y las monjas del Desierto se iban a sus celdas y repetían uno o dos versículos que los habían impactado particularmente. No reflexionaban sobre el significado – esta es una práctica moderna - sino que interiorizaban las palabras y dejaban que ellas les hablaran personalmente.

Esto podía después llevarlos a la oración y a la contemplación - a estar en la silenciosa presencia de Dios. Esta disciplina se convirtió en la Lectio Divina de la tradición benedictina - lectio, meditatio, oratio y contemplatio. La repetición de las palabras sagradas lleva al silencio de la verdadera contemplación. Esto es en realidad la parte integrante de la disciplina de la meditación enseñada por John Main y Laurence Freeman. “Necesitamos leer las Escrituras, saborear las Escrituras y dejar que las Escrituras nos lean”, como dijo Laurence Freeman, y luego dejar que influyan en el modo en que vivimos nuestras vidas.

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