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Ciclo 2 – Carta 1: La Conversión

Los tres votos que hacen los monjes, las monjas y los Oblatos Benedictinos, que se comprometen a vivir sus vidas de acuerdo con la Regla de San Benito, son “Obediencia, Conversión y Estabilidad”.

Examinemos en primer lugar el segundo de los votos: “La Conversión”. De acuerdo con la tradición Benedictina, “Conversión” significa la continua conversión del modo en que cada uno vive su vida y el modo en que se comporta con los demás. No se trata de una experiencia de conversión extraordinaria como la de San Pablo en el camino a Damasco.

Por cierto, puede suceder que al comienzo de nuestro viaje exista una experiencia “extraordinaria”. Durante un periodo de profunda pena o pérdida o durante un momento de intensa alegría, recibimos la gracia de una inesperada y profunda comprensión espiritual que nos ayuda a apartarnos de nuestra habitual preocupación por la realidad cotidiana. En ese momento experimentamos profundamente que existe algo más, que existe una Realidad Suprema que penetra y sostiene nuestra realidad cotidiana.

Los antiguos Padres de la Iglesia lo llamaron momento de “conversión” o “metanoia”, un cambio en el corazón y en la mente, una conversión intuitiva, que nos ayuda a cruzar temporalmente el umbral entre los diferentes niveles de percepción y de conciencia, a hacernos concientes de la realidad divina que se nos abre. Esa experiencia – o a veces sólo un deseo inexplicable – nos guía hacia un fuerte llamado a avanzar más profundo en la oración, a descubrir por nosotros mismos esta realidad y nuestra conexión con ella. Con frecuencia este es el momento en que descubrimos la meditación, la oración contemplativa y comenzamos nuestro viaje con entusiasmo. La meditación enseguida nos lleva al silencio y “en un silencio profundo y creativo nos encontramos con Dios de un modo que trasciende todos nuestros poderes intelectuales y lingüísticos” (John Main, De la palabra al silencio).

Desafortunadamente después de este primer período de “luna de miel”, por regla general nos enfrentamos a nuestro torbellino de pensamientos con respecto a nuestra realidad cotidiana, y volver a tocar este profundo silencio parece solo un sueño. Y sin embargo debemos comenzar cada día nuevamente, no importa lo que suceda, sentarnos con toda fe en nuestros dos periodos diarios de meditación con amoroso compromiso. Luego experimentaremos que la meditación hecha con compromiso, a pesar de
cualquier experiencia, nos guía hacia la transformación. Sin que nos demos cuenta nos alejamos de quien pensamos que somos – en nuestro yo fragmentado – hacia “la creativa unidad que poseemos, y comenzamos a sentir que nos conocemos por primera vez” (John Main, De la palabra al silencio).

Esto es lo que San Benito quiso decir con su interpretación de la conversión como un proceso continuo. Es una voluntad continua de dirigirnos hacia la Realidad Suprema en la meditación y en la oración, las cuales reforzarán nuestro conocimiento intuitivo de esa Realidad y nos permitirán vivir desde esa perspectiva. “El objetivo de suma importancia en la Meditación Cristiana es permitir que la presencia misteriosa y silenciosa de Dios en nuestro interior se convierta cada vez más no solamente en una realidad, sino dejarla convertirse en la realidad que da significado, forma y propósito a todo lo que hacemos, a todo lo que somos” (John Main)

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