Cuando la mente divaga, nos volvemos despistados. ¿Recuerdas momentos de tu infancia, en la que estabas soñando despierto en clase y el profesor te llamaba abruptamente para que volvieras al presente mediante una pregunta sobre lo que había estado diciendo? Puede ser que nos hayamos entido tontos y que incluso nuestros amigos se hayan reído de nosotros. “¿De nuevo, Freeman? ¿quieres contarnos a todos lo que estabas pensando?”. Un pensamiento horrible.
Más tarde descubrimos lo hiriente y decepcionante que es cuando pensamos que estamos presentes con los demás e incluso les abrimos la puerta de nuestro corazón, para descubrir que sólo parecían estar allí, pero en realidad estaban a kilómetros de distancia. En el evangelio de hoy, Jesús aparta especialmente a sus amigos para compartir con ellos lo que sabe sobre su fatídico destino. No entienden lo que les dice. Marcos, que siempre me parece más cercano al hecho real, nos dice que los discípulos estaban demasiado asustados para preguntar. Arriesgarse a una confianza amorosa y ser recibido fríamente por un silencio temeroso es el rechazo donde más duele: caer en la soledad de la ausencia con quienes querías estar presente.
Presencia significa simplemente ser. Ser contiene infinitas semillas de devenir, un potencial ilimitado. Sin embargo, en sí mismo, ser simplemente es, lo que significa que no tenemos que hacer nada mientras estamos siendo. Por eso la meditación no es una pérdida de tiempo. Estar presente significa estar en el mismo lugar, a la mano, al alcance, siendo contemporáneo. Así, co-experimentamos lo que están viviendo aquellos con los que estamos presentes y nos volvemos capaces de una compasión que fluye libremente. No deberíamos necesitar hacer un curso sobre cómo ser compasivo o saber escuchar. Una práctica contemplativa diaria hace germinar la semilla de la atención compasiva en el vientre eterno del ser que está esperando despertar en nosotros. El maestro interior nos llama para que salgamos de nuestro ensueño. Entonces, la unión de la práctica interior y los acontecimientos de la vida hace estallar la capacidad para la presencia, que es lo que los místicos llaman el nacimiento de Dios.
Nos volvemos como Dios: ¿cómo no sentir compasión? Un famoso cardiocirujano me dijo una vez que había intentado meditar, pero dejó de hacerlo porque le hacía sentir demasiada compasión por sus pacientes. Había comprendido algo de la meditación, pero aún no había comprendido que estar presente para los demás nos expande más allá de cualquiera de los momentos pasajeros del tiempo que no son más que gestos de presencia. La realidad se dilata al igual que el ojo se abre a la luz. Esta expansión del ser nos fortalece para soportar y servir de maneras que no podríamos imaginar cuando estábamos encerrados en nuestro mundo distraído y ensimismado.
Estar plenamente presentes, ¿lo convertimos nuestro objetivo contemplativo para la Cuaresma? Estar plenamente presente no es sólo aquí y ahora, sino en todas partes y en toda ocasión. Metanoia es tomar conciencia de todas las dimensiones de la realidad, no sólo de las del tiempo y el espacio de donde partimos.
Volver al presente es encontrarnos a ambos lados de forma simultánea y natural. Significa que no tenemos que perder el don de ser en cualquier tarea a la que nos llame nuestro destino. La meditación es la apertura de la puerta.
Laurence Freeman
Traducción: Elba Rodríguez, WCCM Colombia