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Viernes Santo

¿por qué me pegas?

Jn 18: 1-19

¿Cuántos de nuestros vecinos o colegas tienen idea de lo que hacemos estos días? ¿Qué pasaría si nos preguntaran y dijéramos algo como “bueno, Jesús fue un ser humano maravilloso. Lo mataron por ser tan bueno y a los tres días volvió a la vida y eso es lo que celebramos. Vengan y únanse a nosotros. Es precioso”.

Podríamos ponernos más intelectuales y decir: “Los filósofos dicen que Dios está muerto”. Bueno, eso es innegablemente cierto si por Dios te refieres a la idea de Dios que la iglesia institucional consagró en la cristiandad cultural durante siglos. Dualista, punitiva y definitivamente masculina. Pero en realidad, la muerte de Jesús ya marca la muerte de esa imagen milenaria de Dios’. Cuando Jesús dice: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, entrega ese Dios al Dios (sin género específico) al que llama 𝘢𝘣𝘣𝘢, al que pide que perdone a los que le estaban matando. El Dios vivo que no es dualista y que derrama amor sobre buenos y malos por igual. Al saber quién era Dios para Jesús, ya hemos dicho adiós a lo antiguo y nos hemos adentrado en una nueva era. 

Pero el Viernes Santo es aún más que eso. El Dios paternalista y jerárquico ha sido depuesto, aunque su vida después de la muerte es muy resistente y siempre hay una campaña en marcha para restaurarlo en su trono. Con la muerte de este Dios, sin embargo, una comprensión muy diferente de Dios salió del armario, especialmente por parte de los místicos. Así, el Viernes Santo señala la muerte de la antigua idea de Dios y la revelación de uno tan entrelazado con el ser humano que en el cuerpo de Jesús (S) pudo morir físicamente. 

La Cruz no es una tragedia de venganza, en la que se paga a Dios lo que la humanidad debe por el pecado. Es la humanidad a la que se le lavan los pies a regañadientes y se le dice que la unión de Dios y el ser humano se ha consumado. Ha elevado el potencial humano más allá de sus propios límites. El cambio es mayor que cualquier cosa que la IA o la modificación genética puedan soñar. En estas reflexiones he hablado a menudo de la “unión de los opuestos”. La Cruz es la gran enseñanza de la paradoja y la unión: la crueldad e inhumanidad que demuestra acusa a los seres humanos, no a Dios. Sin embargo, es una revelación igualmente poderosa de la ternura cósmica, del perdón divino y del abrazo del otro que imaginamos falsamente como enemigo.

En el escenario sagrado del Triduo de Bonnevaux, a las tres de esta tarde, veneraremos la Cruz. Es siempre un momento de profunda emoción. Nadie está obligado a arrodillarse y besar el madero de la cruz y, si lo hace, nadie tiene que explicar por qué. Elegimos la libertad aterradora que abre la muerte de Dios y Jesús convierte este terror en paz. Rumi comprendió esto:

Llamaba a través de su puerta: 

“Los místicos se están reuniendo en la calle. Sal!” 

“𝘋𝘦́𝘫𝘢𝘮𝘦 𝘦𝘯 𝘱𝘢𝘻. 𝘌𝘴𝘵𝘰𝘺 𝘦𝘯𝘧𝘦𝘳𝘮𝘰”.

“¡No me importa si estás muerto!

¡Jesús está aquí, y quiere resucitar a alguien!”

Laurence Freeman OSB


Traducción: Elba Rodríguez, WCCM Colombia

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