Una de las películas más poderosas que conozco es el documental casi silencioso “Albatross (Chris Jordan, 2011)” sobre el ciclo de vida y los predicamentos por los que pasa esta extraordinaria ave marina. Es una celebración y un lamento por esta y todas las otras criaturas con las que compartimos la vida. Les da voz y protesta por cómo las lastimamos combinando asombro y vergüenza.
Asombro: por la dedicación monógama del albatros a su pareja y a su descendencia a lo largo de sus cincuenta años de vida, su capacidad para pasar años volando, capaz de dar la vuelta al mundo en 50 días, la belleza de sus alas, que se extienden por casi más de tres metros, volando en todo tipo de clima por miles de millas sobre las olas del mar. En una escena vemos el ritual de apareamiento donde las aves bailan, aparentemente frenéticas, frente a su posible futura pareja. Debido a que cuanto más pequeño es el cerebro, más rápido funciona, Jordan redujo la velocidad de la película para revelar cómo se siente el baile para el albatros; se convierte en un ballet lento y lleno de gracia.
Y vergüenza: por la contaminación de los océanos con residuos plásticos que el ave adulta lleva a sus hijos recién nacidos en la comida recolectada durante sus largas expediciones. Regurgita no nutrición y crecimiento, sino veneno y muerte en el estómago de sus crías. La película termina con imágenes de los cadáveres de los jóvenes albatros cuyos diez meses de gestación terminan en una extinción inútil después de su primer encuentro con el mundo humano.
Del asombro a la vergüenza, ¿y luego? Por fortuna para la metanoia, siempre y cuando la experiencia de la contemplación trabaje con la plasticidad del cerebro, aclare la mente y abra una nueva ventana hacia la realidad.
El espíritu contemplativo de la película muestra la gran importancia que tiene nuestro nivel de conciencia para poder curar esta crisis ecológica. En el fondo, es una crisis de conciencia. ¿Cómo podríamos ser tan estúpidos y crueles, o como podríamos dejarnos llevar de tal manera por la avaricia y la impaciencia, si no es porque hemos perdido el deleite y la reverencia que se supone que debemos sentir ante la belleza del mundo?
Evagrio, uno de los grandes maestros del desierto cristiano en el siglo IV, decía que
Cuando la mente se ha despojado del viejo yo y se ha puesto el yo que nació de la gracia, entonces ve su propio estado en el tiempo de la oración, parecido al zafiro, del color del cielo. Este estado es llamado por las escrituras, el lugar de Dios.
En la contemplación vemos nuestro estado natural, el ‘zafiro azul de la mente’, que refleja perfectamente el tono de color del cielo. Solo esta conciencia unificada sostendrá la metanoia que demuestra nuestra unidad con el mundo natural.
Al igual que el albatros y los océanos y el cielo azul, también nosotros somos criaturas. Y así, si destruimos nuestro mundo, nos destruimos a nosotros mismos. Si vemos la maravilla y el verdadero valor del albatros, aprendemos a amarnos a nosotros mismos y luego, con el tiempo, a los demás.
Laurence Freeman OSB
Traducción: Ramón Bazán, WCCM México