Los fundamentos de la Comunidad Mundial de Meditación Cristiana son los miles de pequeños grupos que se reúnen en casas, iglesias, colegios, prisiones y hospitales en más de cien países alrededor del mundo. Reunirse en un grupo es un paso importante en nuestra jornada de meditación. En primer lugar, el grupo es un lugar de enseñanza, en donde se enseña lo esencial de la meditación cristiana, como fue transmitida por John Main y Laurence Freeman; donde se refuerza su tradición ancestral auténtica. Es más, la organización del grupo lo convierte en un lugar ideal y seguro para los recién llegados a la práctica.
En segundo lugar, cuando transitamos el camino espiritual, es importante contar con personas que tienen un enfoque mental similar. El estar solos en el trabajo no es un camino fácil. El ánimo y el sutil apoyo de los otros que transitan el camino es invalorable. John Main remarcó la importancia de los encuentros grupales semanales para meditar. Sosteniendo esta creencia pensaba que “la meditación crea comunidad”. Hombres y mujeres somos seres sociales desde el corazón y somos influenciados sutilmente por aquellos que nos rodean. Pero John Main se refería también al efecto de la oración: “Cuando dos o tres se reúnen en mi nombre yo estaré presente en medio de ellos” dice Jesús en el Evangelio de Mateo. Su presencia crea un nexo creciente entre las personas que oran unidas y a partir de ese contacto se genera un sentido de comunión, un deseo de alentar y animar a otros.
Esto es específicamente así en la oración en silencio. El silencio forma lo esencial de cualquier encuentro grupal de meditación. Al repetir fielmente nuestra palabra somos llevados al profundo silencio en el centro de nuestro ser, en donde habita Cristo. En ese silencio descubrimos nuestro verdadero ser y al hacerlo nos damos cuenta que no somos seres individuales aislados, sino que estamos interconectados con todos los demás, con la Creación y con lo Divino. Este no es entonces un silencio individual sino un silencio compartido, es el silencio que verdaderamente nos une. Es más que eso; es el recuerdo de ese silencio conjunto que nos apoya y nos mantiene fieles a nuestra práctica diaria individual dos veces por día en nuestra casa y el que nos ayuda a comenzar de nuevo si hemos abandonado.
La persona que se siente llamada a conducir un grupo tiene un gran soporte de apoyo aquí. El o ella puede ayudar a crear el medio ambiente correcto para arraigar el silencio y la propia constancia al concurrir al grupo cada semana y ser ejemplo para los demás.
De muchas maneras, la Meditación Cristiana nos conecta con la vida de los primeros grupos de la Iglesia primitiva. No solo ha descubierto John Main la oración en silencio con la ayuda del descubrimiento de la palabra en los escritos antiguos, sino que este era también el ambiente en el que los primeros Cristianos se reunían para orar: también se reunían en pequeños grupos en sus hogares o en lugares públicos de reunión. Para mayor ayuda en la formación y establecimiento de grupos de meditación, consulta el libro Una Perla de gran valor del padre Laurence Freeman (Editorial Bonum, Buenos Aires).