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Carta 17 – Ciclo 2: Humildad

El mundo en el que vivimos no valoriza la virtud de la humildad. Todo lo contrario, se codicia la presunción, la excesiva confianza en uno mismo, el éxito material, la fama y el ser bien considerado por los demás. Incluso llegamos a identificar a la humildad con la humillación. ¿Y a quién le gusta ser humillado?

Pero para los Padres y las Madres del Desierto, la humildad jamás era sinónimo de humillación, era una manera de ser esencial. San Benito también considera a la humildad como una de las principales virtudes. Su explicación se encuadra más dentro del contexto de la vida en un monasterio, pero sin embargo es importante para nuestro tiempo. Describe los pasos hacia la humildad como una escalera con doce peldaños. Los primeros dos son los cimentos para adquirir la virtud de la humildad: “El primer paso de la humildad es entonces, que mantenemos ‘El respeto a Dios siempre en mente’ y nunca lo olvidamos”. Veneramos a Dios en la Naturaleza y en el Cosmos que nos rodea, intuimos lo Invisible en la manifestación visible y respetamos la presencia Divina en aquellos con los que alternamos.

Esta actitud de respeto y veneración nos guía al conocimiento de nuestra necesidad de Dios y al segundo peldaño de la humildad en la escalera de San Benito - abandonar nuestro enfoque egocéntrico de la vida. Nuestra regla guía debe ser “Que no se haga mi voluntad sino la tuya.” (Lucas 22:42), no pensar en nuestro propio beneficio y sentimientos sino en la necesidad de los demás. “Feliz es el monje que considera el bienestar y el progreso de todos los hombres con tanta alegría como si fuera suyo" (Evagrio).

Los siguientes peldaños de la escalera subrayan la importancia de la obediencia - escuchar con profunda atención, a lo que nos hemos referido en cartas anteriores -.

El noveno peldaño de la escalera es “que controlemos nuestras lenguas y permanezcamos en silencio, sin hablar a menos que nos hagan una pregunta.” En otras palabras, se nos pide que escuchemos a los demás en vez de exigir el derecho a ser escuchados. Una vez más se refiere a nuestro orgullo egocéntrico y a nuestro fuerte apego a la verdad de nuestras propias opiniones.

Esta parte de la virtud de la humildad fue todo un reto, incluso para Evagrio. Hay una historia acerca de él, cuando acababa de llegar al desierto. Preguntó (probablemente a Macario el Grande) lo siguiente: “Deme algún consejo con el que pueda salvar mi alma”. Este era el modo común de dirigirse a un monje superior. Los ermitaños del Desierto enseñaban a los que se acercaban a ellos con pocas palabras, pero precisas. Intuitivamente sabían lo que la otra persona necesitaba escuchar. La historia sigue así: “El anciano le contestó: ‘Si tú deseas salvar tu alma no hables antes de que te hagan una pregunta". Este consejo fue muy perturbador para Evagrio y exteriorizó su enojo ya que él había pedido una reflexión: ‘De hecho he leído muchos libros y no puedo aceptar instrucciones de este tipo". ¡Es fácil ver que Evagrio todavía tenía mucho que trabajar con su orgullo! La historia continúa irónicamente: “Después de haber obtenido mucho provecho de su visita dejó al anciano”.

Necesitamos de estos peldaños de la escalera de la humildad para la práctica de la meditación. Necesitamos mantener nuestra mente en la Presencia de Dios y abandonar nuestras ideas egocéntricas de logros y orgullo. En humildad, conociendo nuestra necesidad de Dios, perseveramos en nuestra práctica confiadamente. La paz de Dios que sobrepasa toda comprensión es un regalo, no es un logro del que debemos estar orgullosos. Esta es la razón por la cual debemos comenzar nuevamente cada día con verdadera humildad, fe y esperanza. John Main y Laurence Freeman nos recuerdan esta necesidad enfatizando que todos somos principiantes, no importa cuánto hace que estemos en el camino.

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