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Jueves Santo

habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

Jn 13:1-15

Comienza el Triduo: tres días que comprimen el tiempo en un momento de revelación que florece progresivamente. También en estos días coinciden nuestra Pascua, la Pascua judía y el Ramadán musulmán. Qué vergüenza y qué fracaso de liderazgo que, una vez más, no coincidan sino que choquen. En la ciudad de Jerusalén, profanada continuamente por quienes la llaman santa, ya han comenzado los enfrentamientos violentos entre judíos y musulmanes; y no nos sorprenderán los enfrentamientos -o al menos el intercambio de miradas de odio y recelo- entre las confesiones cristianas que protegen el Santo Sepulcro. Es suficiente para querer renunciar a la religión. Si no se puede, cabe esperar la “Jerusalén celestial”, descrita en el Apocalipsis, donde “no habrá templo en la ciudad” porque su templo será Dios. La raíz de “templum” no es un “edificio”, sino un espacio sagrado.

La comida sagrada de los cristianos, la Eucaristía, tiene sus raíces en la Última Cena, quizás una comida pascual (quizás no), que entonces como ahora se celebra entre familiares y amigos y no requiere clero. Al recordar el pasado, doblega el tiempo y permite así que diferentes planos de significado y conciencia se superpongan con transparencia, se fusionen suavemente y se separen de nuevo. Al ser típicamente judía, se trata más de una buena comida con vino que de un piadoso servicio religioso o una interesante conferencia. 

En su última cena, Jesús aprovecha la ocasión para ilustrar con pasión y precisión su mensaje final. El momento catalizador, antes del pan y el vino, es el lavatorio de los pies. Señal normal de hospitalidad para los invitados, no lo realizaba el jefe de la casa, sino un esclavo. Cuando Jesús se pone un delantal, quiere parecer un esclavo y no un líder religioso. 

Una vez, en un momento de iluminación, a Simone Weil se le ocurrió que Jesús es el esclavo consumado y que la religión que lleva su nombre es para esclavos. Esta intuición la llevó a convertirse en una cristiana ejemplar, aunque no institucional. Para Nietzsche, la misma intuición le hizo despreciar y descartar el cristianismo, glorificando en su lugar la voluntad propia y el poder sobre los demás. 

En el lavatorio de los pies -el sacramento olvidado del cristianismo- Jesús representó su enfoque del poder en todas las relaciones humanas. Es tan subversivo que los cristianos posteriores neutralizaron el propio signo; sin embargo, es el único que nos dice específicamente que imitemos. Os he dado ejemplo para que imitéis lo que yo he hecho con vosotros”.

Aquí no es Judas, sino Pedro, el futuro líder, quien traiciona. Se niega a ser tocado. Jesús responde: “De acuerdo, si no quieres participar, te excluyes y no tienes nada en común conmigo”. Pedro se retuerce y se pone piadoso, diciendo entonces lávame todo, no sólo los pies. Evita la unión plena que se le ofrece, dejando que su ego tome el control. Típicamente, el ego no puede recibir un regalo que le amenaza, sino que exige más como forma de defender su separatividad. Si malinterpretamos el lavatorio de los pies, perdemos la clave para entender el don de sí mismo en el pan y el vino, el sacrificio de la Cruz y, si no lo entendemos, ¿qué sentido tiene la Resurrección?

Laurence Freeman OSB


Traducción: Elba Rodríguez, WCCM Colombia

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